La “clase media”, el planteo de su no existencia por Ezequiel Adamovsky, su accionar discriminador y “su imaginario escalón de privilegio”.
Tres artículos que suman y permiten avanzar sobre el conocimiento del pensamiento de la supuesta “clase media” frente a temas históricos y de actualidad.
La pregunta: ¿en qué lugar ha quedado la conciencia de clase dentro de la “clase media”?
Juan José Hernández Arregui decía sobre la clase media: “Es mitad cobarde y mitad valiente, es mitad ignorante y mitad sabia”.
Antes una definición de xenofobia:
La xenofobia (Del griego ξένος xeno = extranjero y φοβία fobia = temor) es el odio y rechazo al extranjero, con manifestaciones que van desde el rechazo más o menos manifiesto, el desprecio y las amenazas, hasta las agresiones y asesinatos. Una de las formas más comunes de xenofobia es la que se ejerce en función de la raza, esto es, el racismo.[] La «Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial» (aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 21 de diciembre de 1965) define la discriminación racial o xenofobia como:
Toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.
En los países occidentales, tradicionalmente han sido, y son, las formaciones de ultraderecha las que alimentan y promueven el sentimiento de xenofobia, existiendo en la actualidad una creciente preocupación por el rebrote de estas formaciones y de estas actitudes.
La creciente aparición de actitudes racistas, en Europa y en otros lugares del mundo, es en estos momentos un hecho penoso y grave. Probablemente, nunca dejó de existir una minoría xenófoba, pero lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte es que esa minoría crece, abandona el secreto vergonzante, se manifiesta públicamente, protagoniza actos violentos e, incluso, justifica su peculiar visión del mundo en el marco legal de partidos políticos.
Al margen de su consideración ética, la xenofobia también es un delito. Numerosos Estados tienen tipificadas como delito las conductas racistas y xenófobas. La Comunidad Europea aprobó, en septiembre de 2008, una ley contra el racismo y la xenofobia, teniendo los países miembros un plazo de dos años para adaptar sus legislaciones a esta ley.
Según algunas corrientes de la Psicología se puede deducir que los xenófobos estarían aquejados de un tipo de distorsión en la percepción que les haría sobrevalorar su cultura, sus tradiciones y su grupo étnico por sobre las demás. Al igual que ocurre con otras distorsiones en la percepción (como por ejemplo la anorexia) el xenófobo no se considera como tal, ya que no sabe de su desajuste perceptivo.
La Psicología considera que ancestralmente, el miedo a lo desconocido es el origen de la xenofobia,[] se rechaza lo que es diferente.
28 febrero 2011
Informe Racismo y Xenofobia en Argentina/Que la Xenofobia no tape al Racismo/ Jorge Garaventa
Que La Xenofobia No Tape Al RacismoSiempre Es Posible Discriminar Un Poco Más
Por Jorge Garaventa*
Una sensación fea que amenaza cronificarse es la que nos legó todo lo ocurrido en relación a la toma y posterior desalojo del Parque Indoamericano de Villa Soldati. Sensación que se infiltra con un sentimiento de derrota. Cada vez que hay una muerte evitable en un conflicto social la ilusión de un mundo mejor tiñe el cielo de desesperanza. Y la realidad se empeña en cargarse una muerte con una frecuencia cada vez más preocupante. Lo cierto es que a menudo esas muertes son símbolo de lucha pero también símbolo de impunidad porque nadie pagará por ellas.
Precisamente nos preocupó la ferocidad de lo ocurrido en el parque, tanto como la lentitud en intervenir de parte de quienes tenían posibilidades de hallar algún tipo de solución. Y se sabe que si una intervención necesaria llega después de la muerte, nada es temprano, pero mucho menos eficaz.
Sin embargo el eje de esta nota no va a girar acerca de la intervención estatal. Apuntamos a poner en cuestión al conjunto social y sus actitudes en torno a la crisis, algunas de ellas considerablemente alarmantes. Porque después de todo la Federal actuó de acuerdo a su historia y su presente demostrando que es impermeable a las primaveras democráticas de cualquier jefe del arma, y la Metropolitana no hizo otra cosa que poner en acto la ideología de su mentor.
Pretendemos, sin alardear de un etimologismo estricto, mostrar que lo que se vio en las críticas a la toma excedieron el concepto de xenofobia para escalar, ante el asombro de pocos, hacia un racismo que siempre estuvo socialmente presente. Pero nunca con tanta crudeza, al menos que nosotros recordemos, apareció con tanta fidelidad el odio al negro y al marrón.
Las malignas declaraciones de Macri y las desafortunadas y desinformadas palabras de Evo Morales azuzaron el conflicto, pero no lo provocaron. En todo caso permitieron su pornográfica visibilidad.
El alcalde porteño, como gusta decir el New York Time, estuvo lejos de cometer un exabrupto verbal. Mas bien fue una intervención pensada y precisa que tenía claros destinatarios. No en vano, casi al final de una gestión a la cual llamar mediocre es un rasgo de nuestra generosidad, es el dirigente con mejor intención de voto en el espectro capitalino. Evo, mal informado y peor asesorado reprendió a sus conciudadanos residentes en Argentina quienes, luego se comprobaría, no tenían presencia significativa en la toma.
El Jefe de Gobierno escupió su desprecio a lo diferente, al extranjero, sabiendo que portaba un pensamiento que sería recibido con beneplácito por no pocos. Lejos estaba de suponer que su xenofobia quedaría pequeña al lado del racismo que se desató entonces.
La toma del parque desnudó además la vigencia de la lucha de clases con una estratificación sumamente compleja donde desde la punta de la pirámide hasta la base, es decir desde los muy ricos a los muy pobres hay infinidad de gradaciones dispuestos a defender su imaginario escalón de “privilegio” a sangre y fuego. Habíamos presenciado muchas veces la pelea de pobres contra pobres y sus desesperanzadas consecuencias, pero el Indoamericano nos mostró un corte inédito, el enfrentamiento de “los negros”, como históricamente se bautizó a los pobres, con los “marrones”, en los que se agrupó a bolivianos, peruanos, y por añadidura, paraguayos. Si bien es estribillo dominguero del fútbol de todos y para todos, y habita el corazón de muchas concentraciones políticas la fuerza del prejuicio y el racismo en su envase de odio y furia nos preocuparon seriamente a quienes sostenemos la igualdad de los seres humanos como principio básico de convivencia.
Pero estamos lejos de sostener que el racismo es un sentimiento y una ideología tributaria de esos grupos en pugna. Podemos afirmar, en cambio que tiene una extensa transversalidad, independientemente de que vaya mostrando distintos ropajes. No es casual que se haya visto su desnudez entre quienes menos tienen.
No creemos, como decía el inefable Bernardo Neustat, para justificarse a sí mismo, que todos tenemos un enano fascista dentro, pero si que cuando el racismo muestra todo su esplendor, su extensión es atemorizante.
El racismo eructa conductas odiosas que tienden no solamente a diferenciarse del distinto, extraño, extranjero, sino a su exterminio.
Aquí necesitamos hacer algunas diferenciaciones ya que no todos los sectores que discriminan responden a los mismos estímulos.
El racismo de los que lo tienen todo es el más “legítimo” y claro. Por derecho de familia o acumulación de plusvalor los ha consolidado en el privilegio que a su vez genera una paranoia odiosa. Hay que estar en guardia contra el diferente…o tomar la iniciativa. Desde pequeño sabe de olores y colores que son de despreciar porque “son lo que quieren lo mío”. Aprendimos con Althusser que la ideología y los aparatos ideológicos y de control del estado están ahí para preservarlos.
Y como se ha visto en estos días, aún cuando el estado represor y centinela de privilegios se está desarmando, los repliegues que anidan en las costuras son suficientes para sembrar la muerte. Muchos de los que salieron a matar bajo la consigna de que “la propiedad privada es privada”, probablemente sepan que en esta vida el sueño de la casita propia es ajeno.
Porque, bueno es decirlo, los cuadros de los cuerpos policiales no provienen precisamente de los sectores mas acomodados de la población y atacán con fiereza en los reprimidos, aquello que rechazan de sí mismos. Ese es el secreto de su eficacia. Atacando al semejante arman la ilusión de la diferencia.
Este es el mismo mecanismo que se disparó en la disputa por el sueño que portaban los futuros lotes del parque Indoamericano. La pelea sin piedad enfrentó a los más humildes con los un poquito apenas más humildes. Estos últimos tenían la gloria de haber logrado una punta de playa, un terrenito tomado y ya alambrado, un departamentito sub sub vendido o sub sub alquilado. Es decir las puertas del cielo que promete la propiedad privada. Mientras ellos se sienten mas cerca del que más tiene, por encandilamiento de la posesión, los desheredados de la tierra, apenas un escalón mas abajo, les recuerdan lo que han sido, lo que pueden llegar a ser nuevamente. Y eso es devastador.
Por eso abogamos por una lectura mas profunda de los trágicos días de Soldati. Si sostenemos el criterio de la lucha xenofóbica, tapamos el racismo autóctono que se desató. Nunca se pretendió cerrarle el paso al extranjero sino de extranjerizar su propia miseria de vida que, en macabra identificación con el expoliador quedó situada en el invasor. Salvajemente trasladado a lo social, hablamos, junto a Freud, de identificación con el agresor.
Pasó en Soldati, las muertes y la televisión actuaron como microscopios que nos habilitaron un primer plano, pero se sabe, los microscopios muestran virus que no se ven a simple vista pero que están en todos lados…siempre.
*psicólogo
Un centro para la
clase media
ENTREVISTADO POR NUESTRA
CULTURA, NORBERTO GALASSO
DEBATE SOBRE EL SER Y EL NO
SER DE LA CLASE “SANDWICH” DE
LA SOCIEDAD, SU LÓGICA DE
FUNCIONAMIENTO Y LAS CHANCES
DE REEDITAR UNA ALIANZA
PLEBEYA.
PERONISMO Y CLASE MEDIA
OPINA NORBERTO GALASSO
Norberto Galasso
Historiador.
–¿Por qué cree que la mayor parte de la clase
media fue adversa al primer peronismo?
–La clase dominante difunde un conjunto de ideas a
través de los medios de comunicación, de la escuela,
de los académicos y los intelectuales a su servicio, con
el cual intenta legitimar sus privilegios, el orden constituido
con esas ideas. Dan una versión de la historia.
Se han volcado especialmente sobre la clase media,
que está más ligada a estos medios.
Entonces, el obrero está menos influenciado por lo
que aparece como el sentido común, que es la
superestructura cultural creada por los sectores dominantes.
Y la clase media está muy afectada por
eso. Concibe el orden como si fuera producto de
un consenso general, como si fuera el único orden
posible.
La clase media es una clase sándwich. No está asentada
en el gran poder económico de la clase alta, pero tampoco
en la clase trabajadora, que posee el cable a tierra
de su vínculo con otros trabajadores de la fábrica, con
los problemas concretos. Juan José Hernández Arregui
decía sobre la clase media: “Es mitad cobarde y mitad
valiente, es mitad ignorante y mitad sabia”.
A su vez, cuenta con varios sectores: la clase media
más popular, que tiende a jugar con los trabajadores;
la clase media alta, que en general, lo hace con
la clase alta; y la clase media media, que es más
fluctuante. No pisa fuerte en la tierra, cambia de
posiciones. Es el llamado “electorado independiente”.
Esta última suele dejarse llevar por algunos
lemas, que pueden ser “la institucionalidad”,
“la corrupción”. Una serie de cosas que la clase dominante
le tira para apropiarla, para llevarla hacia
su lado.
Otro de los factores de la adversidad es que la clase
media, a veces, no tiene ingresos muy alejados de
los de algunos sectores trabajadores, pero sí sustenta
su estatus; se construye superior a ellos en algunos
principios éticos que cree que la clase
trabajadora no tiene y que ella, sí. Por eso, puede
ser usada por la clase dominante y arrastrada para
su política. Ocurrió en 1945, en 1955, y también en
2008 con motivo del conflicto con la Sociedad
Rural. Pareciera que, últimamente, hay sectores de
las clases medias que están replanteándose cosas.
En este momento, están desmitificando creencias
que tenían.
–¿No piensa que el primer peronismo también
cometió errores en materia educativa y cultural
que limitan más aún el acercamiento de la clase
media?
–En una carta de 1944, Arturo Jauretche le dice a
Perón que no hay que irritar a los sectores medios,
que existe una tradición e historia de luchas estudiantiles
que debe ser recogida por el gobierno. Subraya,
además, que no deben designarse en cargos
oficiales figuras de derechas, que eran “piantavotos”,
como el mismo Perón decía. Entonces, evidentemente
hay errores.
Existe una cuestión que resulta dual: el gobierno peronista
aumenta como nadie la matrícula universitaria.
Por el ascenso social, la gente se incorpora a la
universidad a mares. A pesar de eso, lo que ocurre es
que el peronismo se enfrenta con un elenco de profesores
liberales, del viejo régimen. Y en gran medida,
es cierto que carece de planteles nacionales y populares.
En algunos casos, pudieron haber sido rectores
de la universidad o directores de una cátedra tipos
como Jauretche o Scalabrini. Pero por los acuerdos
de Perón con la Iglesia, lo que se se produce es un
avance del nacionalismo católico.
Entonces, la actitud de Perón irrita a veces innecesariamente.
Este fenómeno cambia en la década del 70,
cuando la juventud universitaria peronista gana en
casi todas las universidades.
–¿Por qué se da el cambio?
–Creo que porque, en el 45, los jóvenes lo tenían a
Perón enfrente, lo veían. En el 70, no lo conocían. En
ese momento, Perón aparece como una gran figura
frente a las reiteradas traiciones e incapacidades, impotencias
y fracasos de toda la dirigencia política.
Consideraban que la única persona en la que podían
confiar era la que estaba lejos, desterrada.
Un chico que en el 70 quería un mundo mejor se encontraba
con que, en el 55, sus padres habían apoyado
la llamada “revolución fusiladora” o
“libertadora”, según quien mire. Todo esto hace que
muchos jóvenes hasta cuestionaran el mundo de sus
padres. Es un fenómeno muy común: jóvenes peronistas
hijos de gorilas.
–¿Cómo explica el acercamiento de un conjunto
importante de intelectuales a este Gobierno
peronista?
–Esto, que surge con Kirchner, nace en un momento
de reivindicación de los derechos humanos, por ejemplo,
que no ocurría en el otro peronismo. Es un factor
que influye. Carta Abierta es un fenómeno inimaginable
durante el primer peronismo.
En el 45, los intelectuales que entendían la cuestión
nacional eran pocos, eran los hombres que venían de
FORJA, con los cuales Perón tenía bastante desconfianza,
y Evita también. Esto se relaciona, además,
con el carácter verticalista en la mirada de concepción
de mando que tenía Perón como caudillo.
–¿Hay posibilidades de triunfo sin la clase
media?
–Ese es el problema que, de un modo u otro, hemos
abordado, fundamentalmente quienes fueron nuestros
maestros, que dieron una política de irradiación
de ideas sobre los sectores medios: Jauretche, con Los
Profetas del odio y la Yapa, especialmente; Rodolfo
Puiggrós; Hernández Arregui, con La formación de la
conciencia nacional; Ramos, con Crisis y resurrección
de la literatura argentina. Todos esos hombres del 55
en adelante hicieron una tarea importante e influyeron
sobre aquella juventud.
En la historia argentina, la alianza entre la oligarquía
y la clase media se quiebra, por ejemplo, con el Cordobazo
en 1969, cuando los estudiantes del barrio
de Clínicas se juntan con los obreros de las empresas
más poderosas de la provincia. Se da un fenómeno
que, en la teoría clásica del socialismo, se llama la
alianza plebeya, que es lo que conmociona porque
deja sola a la oligarquía.
Hay que ir quebrando esa alianza con la clase dominante.
Desde el Gobierno, hoy por hoy, se intenta reconocer
la importancia de los sectores medios.
SOCIOLOGÍA CRÍTICA
Blog de un sociólogo de la URJC, con textos seleccionados y otros escritos
La clase media no existe / Ezequiel Adamovsky *
2010/01/15
En Argentina, los sectores medios de la sociedad no conforman una clase social ni un grupo política o económicamente homogéneo, sostiene Ezequiel Adamovsky en Historia de la clase media argentina (Planeta). Pero casi toda la sociedad –argumenta– está atravesada por una identidad de clase media, caracterizada por rasgos antipopulares y clasistas. ¿Cuándo y por qué se configuró esa identidad? ¿Cómo se manifiesta hoy? Adamovsky analiza estos temas en diálogo con Página/12 y concluye: “Es necesario volver a pensar el modo de construir vínculos políticos entre las clases bajas y al menos una porción de los sectores medios”.
–¿Por qué pone en cuestión la existencia de la clase media como tal?
–Los diferentes grupos sociales a los que se suele llamar “clase media” son objetivamente muy distintos: hay gente independiente y otra con relación salarial, gente con ingresos altos y otra con ingresos más bajos que los de un obrero manual, gente con y sin formación superior… Es un conglomerado muy diverso y, de hecho, históricamente, no ha actuado de manera homogénea ni a través del tiempo ni internamente. Por eso, me pareció importante analizar el proceso por el cual un grupo muy heterogéneo llegó a adquirir una identidad compartida.
–¿Cómo caracteriza a esa identidad?
–Tiene, por un lado, una serie de características que hacen a la propia idea de clase media y que aparecen en otros países: la idea de que la clase media es algo que está entre ricos y pobres, que encarna la moderación, la racionalidad y la movilidad social. Pero además hay características propias del caso argentino. Una es que la identidad de clase media nació con una marca política muy fuerte, surgió como reacción al peronismo, como una separación respecto de esa plebe insubordinada que había aparecido. La identidad de clase media nació con la marca antiperonista. En Argentina se presupone que alguien de clase media no es peronista, así como se presupone que alguien del bajo pueblo es peronista. Ninguna de las dos cosas es necesariamente cierta. La identidad surgió con otras dos marcas asociadas. Una es étnico-racial: la forma en que se despreciaba al bajo pueblo por sus rasgos, por “cabecita negra”. En contraste, la clase media apareció entonces asociada a lo blanco y europeo, como descendiente de la inmigración y baluarte del progreso: los que vinieron a trabajar por oposición a los que estaban acá y eran un obstáculo. Otra marca es regional: cuando se habla de clase media se presupone no sólo alguien no peronista y blanco, sino también alguien de la región pampeana, sobre todo de la ciudad de Buenos Aires.
–Las apelaciones a la clase media surgieron desde sectores de la elite y antes de que se constituyera la identidad, según describe en el libro.
–Sí, es algo muy parecido a lo que pasó en otros países pero bastante antes. La expresión “clase media” fue introducida por políticos e intelectuales ubicados a la derecha del arco ideológico, que intentaron incentivar un orgullo de clase media para contrarrestar los lazos de solidaridad entre los sectores más bajos del pueblo y el escalón superior. Esto empezó después de la Semana Trágica, en 1919. Ahí un grupo de liberales, nacionalistas, católicos, radicales, empezaron por primera vez a convocar a una clase media –que no existía como tal– para tratar de convencerla de que no debía mezclarse con esos obreros revoltosos. Estos llamamientos fueron muy intensos a mediados de los ’30, por la preocupación que generaba el comunismo. Pero el momento cuando todo esto se convierte en una identidad y es adoptado por un amplio sector de la población es 1946. Después de la derrota de la Unión Democrática ante Perón, se hace carne la identidad de clase media, con sus marcas políticas, culturales y étnicas.
–¿Cómo se configura la idea de que la Argentina es un país de clase media?
–La identidad de clase media entronca con mensajes previos que venían desde el siglo XIX. Desde Sarmiento y Mitre en adelante, en los grupos de elite había un fuerte discurso que asociaba al país con lo europeo, a lo criollo con un rasgo de inferioridad, y vinculaba a la Argentina con el relato de la modernización. Ya desde entonces la modernidad aparecía asociada con el espacio urbano, sobre todo Buenos Aires, mientras lo rural y lo criollo eran los obstáculos al progreso que la inmigración venía a superar. La identidad de clase media hace propia toda esta narrativa y aparece como encarnación de la argentinidad, como la clase que trae la modernidad para superar el atraso previo, un atraso que –para ese relato–- reaparece con el peronismo. Toda la historia nacional está marcada por esa tensión entre el proyecto que asocia al país con lo blanco, europeo, racional y moderno, y su contracara, los sectores plebeyos.
–Todo eso tiene también un correlato a nivel latinoamericano: Argentina se postula diferente de los demás países.
–Es una idea que también viene desde el siglo XIX, Argentina como una excepción en América latina porque su población está más relacionada con Europa, porque en teoría tuvo una burguesía pujante que trajo progreso y, sobre todo, por el peso relativamente menor del componente indígena.
–Enfatizar el carácter “contrainsurgente” con que se configura la clase media, ¿no supone un poder puramente negativo que deja a los sujetos encerrados en una situación pasiva, como si no tuvieran nada que hacer ante la ideología de las elites?
–Por eso insisto en analizar la clase media como identidad y no como clase. De hecho, esa identidad tiene características tan antiplebeyas precisamente porque las personas concretas de sectores medios no actúan como la identidad espera. En Argentina hubo varios momentos históricos en que parte de los sectores medios actuaron políticamente junto con las clases bajas y con proyectos populares, incluso revolucionarios. En el ’19, cuando surgió este discurso, había un gran activismo obrero acompañado por empleados de comercio, bancarios, maestras, chacareros, estudiantes. Además, había una ideología revolucionaria con fuerte predicamento en sectores medios. Es en ese contexto que se estimula una identidad para contrarrestar esos vínculos. Pero la tensión entre una identidad antiplebeya y el hecho de que las personas concretas de sectores medios muchas veces actúan junto a las clases populares es una constante de la historia nacional, y sigue presente hoy. La clase media como tal no es un sujeto político.
–¿Cómo atraviesa esta identidad los ideales revolucionarios de los ’60 y ’70, luego la represión y el neoliberalismo? ¿Qué cambia y qué perdura?
–Cuando cae Perón ya hay una identidad de clase media instalada, por primera vez hay gente que se considera de clase media y no parte del pueblo. Después se abre un largo período de disputa entre dos proyectos que proponen a diferentes figuras como centro de la nación: la clase media o los trabajadores. En esa época surge un elemento que no está en otros países: el desprecio enorme que personas de la clase media tienen contra la propia clase media. Esto aparece con Jauretche, Ramos, Sebreli y otros ensayistas que acusan a la clase media de racismo, de no entender los problemas nacionales y aliarse con la elite. No es una cuestión sólo de intelectuales o militantes, sino que se difunde en toda la sociedad como parte de esa disputa entre dos imágenes contrapuestas de nación. La disputa se salda, provisoriamente, con el Proceso. Ahí hay una derrota del proyecto que trataba de situar al trabajador como eje de la nación. La imagen de la Argentina como país de clase media queda entonces indisputada. De algún modo, eso encarna en el alfonsinismo, que aparece como superación del peronismo y vuelta a la “normalidad”, con fuerte protagonismo de la clase media. La identidad penetra muy hacia abajo, generando ese fenómeno que vemos todavía hoy: gente incluso muy pobre que cree ser de clase media. Durante los ’80 y ’90 esta identidad continúa sin disputa, hasta que el país colapsa.
–¿Por qué interpreta que las posibilidades abiertas por 2001 son clausuradas por el conflicto con “el campo” en 2008?
–En 2001 hubo un encuentro muy poderoso de sectores bajos y medios, incluso en la calle, con voluntad de confundirse en un mismo sujeto social. Es muy interesante que, en 2002, los sectores dirigentes que intentaron “encauzar” el país advirtieron que el peligro más grande que enfrentaban era esa combinación de reclamos. El proyecto de Duhalde pasaba por ahí, por evitar que la clase media se juntara con la baja. Y el proyecto del primer Kirchner pasaba no por volver a una clase media antiplebeya, pero sí por mantener claro el límite entre una clase y otra. Casi no hubo político argentino que insistiera más en el orgullo de clase media que Kirchner. Con la normalización económica y política que trajo su gobierno, se volvió a una separación más clara entre quiénes eran clase baja y quiénes no. Y el conflicto de 2008 con las entidades del campo fue una especie de cierre de época. Hubo una puesta en escena en la que los sectores que apoyaban al campo se apropiaron del lenguaje de 2001 con un sentido opuesto. Salieron a cortar rutas y a cacerolear, pero con un proyecto excluyente. En lugar de una vocación de confundirse en un mismo pueblo, había una actitud racista y clasista. Fue una farsa que marcó el cierre de 2001. Volvió a aparecer en boca de gente de izquierda o identificada con el Gobierno el escarnio a la clase media. También había en eso algo de farsesco: se volvió a hablar con las palabras de Jauretche, cuando claramente no estábamos ya en aquel país. Hay una sociología muy rápida entre sectores progresistas que considera a la clase media como un grupo social homogéneo. Y esto es un obstáculo para pensar políticamente, porque hay cantidad de personas que no actúan a favor de la derecha ni con prejuicios clasistas. Es necesario volver a pensar el modo de construir vínculos políticos entre las clases bajas y al menos una porción de los sectores medios. El prejuicio que descalifica a la clase media es cómodo pero inmoviliza, confirma lo que ya sabemos: si la clase media es así y todo el país es clase media, entonces no hay nada que hacer.
* Historiador (UBA) e investigador del CONICET.