La distancia amplifica la angustia, aleja los afectos y estruja el corazón. El destierro asoma más doloroso cuando de la lejanía llegan noticias inquietantes.
La comunidad ucraniana de Berisso atraviesa en estos días otra vez la incertidumbre de un posible conflicto bélico allá lejos, en el país de sus ancestros. Un territorio fértil, una enorme superficie amalgamada en nación que ocupa un punto estratégico de Europa oriental, desde donde llegan noticias poco auspiciosas. En un rincón ribereño de la provincia de Buenos Aires, cerca del puerto donde descendían los inmigrantes, esas noticias se procesan con ansiedad.
Los frigoríficos de Berisso, que se instalaron en 1910, actuaron como un imán para los laboriosos y empobrecidos viajeros que llegaron al país en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.
De los montes de Crimea, las tierras negras y ricas de Chernozem o desde la región de vientos nevados de Odesa llegó la primera oleada migratoria que recaló en la ciudad vecina a la capital bonaerense.
Fueron tres corrientes más que se entusiasmaron con la vocación anfitriona de Argentina. Se subieron a los barcos forzados por las penurias de las crisis de entreguerras; por la opresión del stalinismo soviético y ya cuando lograron la independencia (en agosto de 1991), cuando los aires de libertad les abrieron las puertas de la frontera con el mundo.
“En estos días, a nuestro templo se acercan los fieles y sus familias para buscar una palabra de alivio. Para compartir una oración. No es mucho más lo que podemos hacer desde tan lejos. La desazón a veces resulta un peso enorme. Y también el temor”, contó a Clarín Gabriel Miraz Piczaka, a cargo de la iglesia ortodoxa de Berisso.
Ese es uno de los centros de reunión de los ucranianos berissenses. Está en la calle 27, entre 167 y 168. “Los encuentros, ahora son más frecuentes. Hay necesidad de escucharse y de hablar sobre esta situación compleja que golpea fuerte sobre las emociones”, reconoce el religioso.
El párroco –que también integra la Asociación Ucraniana Renacimiento, que tiene una sede en la calle Montevideo, entre 28 y 29- revela, además de su compromiso religioso, un sólido fundamento político sobre los motivos de la crisis.
“Ucrania tiene una idiosincrasia europea y Rusia pretende someterla a su dominio como si aún existiera la Unión Soviética. Pero la URSS cayó. La mayoría del pueblo ucraniano tiene temor a un nuevo sometimiento a Moscú”, describe Miraz Piczaka.
Ese mandato aspiracional es el nervio del nuevo enfrentamiento con su enorme vecino casi imperial. Ucrania pretende integrar la OTAN y Rusia considera ese deseo como una provocación imperdonable.
Religión y política recorren caminos similares en esos confines del este europeo. La Iglesia Ortodoxa ucraniana pudo desvincularse del patriarcado de Moscú en enero de 2019. Estaba bajo su órbita desde 1686. “Los ortodoxos ucranianos siempre mantuvimos nuestra firme convicción nacionalista. Entendemos que este conflicto que ahora se recrea en nuestra tierra tiene un claro trasfondo geopolítico”, según la lectura del religioso.
Esta pequeña fracción local de ese pueblo eslavo que ahora vuelve a quedar en el foco mundial por una posible invasión del gobierno de Vladimir Putin resiste desde hace más de un siglo para mantener vigente los rasgos culturales que los identifican y diferencian de otros pobladores del Europa oriental.
“Todos los paisanos se juntaron por años en la tradicional avenida Nueva York de Berisso, para encontrarse en algún centro o en la casa de algún conocido a tomarse un trago de gorilka, a escuchar música de un acordeón o de una bandurria. Es una forma de mantener vivas las tradiciones”, contó Frieda Znachorezuk, secretaria de la Asociación Renacimiento.
Clarín asistió a la última reunión de la comisión directiva que se realizó esta semana en el centro de Berisso. Allí resolvieron algunas acciones de visibilización del conflicto para pedir solidaridad a la comunidad y para reclamar por el mantenimiento de la paz.
“El sentimiento que sobrevuela la colectividad es de impotencia. Sabemos que no podemos hacer nada desde acá. Pero sentimos la necesidad de juntarnos para expresar nuestra postura en contra de la guerra y a favor de la libertad de Ucrania”, explicó Frieda.
En Berisso se presume que viven entre 2.500 y 3.000 descendientes de ucranianos. Incluyen los pocos que sobreviven de las primeras oleadas migratorias, más los descendientes y sus familias. Junto con la colonia que se instaló en Apóstoles, provincia de Misiones, conforman las dos colectividades más numerosas instaladas en el país. En Argentina viven unos 450.000 nacidos en Ucrania y descendientes, una de las diásporas de ucranianos más importantes del mundo.
Se los puede ver en las calles de la ciudad ribereña con sus sorochkas (camisas) bordadas con coloridos contornos. El arte de labrar hilos y tejidos forma parte de la herencia ucraniana, como la kovaza (un embutido ahumado) o el jrim que se sirve en las mesas para las Pascuas.
Los colores, formatos y dibujos de los bordados son una marca que distingue a los pobladores de las diversas regiones que conforman este país de 40 millones de habitantes. En la zona central del territorio predomina el rojo y negro. En el oeste montañoso prefieren naranja y verde para los dibujos sobre las prendas y en el sur prevalecen las flores y el punto cruz. Son solo algunas de las pinceladas que exhibe este país.
La franja de la frontera con Rusia –sobre el este del país- es la más afectada por esta crisis que derivó en una escalada bélica. “Los familiares que se comunican a diario nos cuentan que allá la tensión es diaria. El gobierno les dice que no pasará nada. Pero todos los días se conocen convocatorias de reservistas o desplazamientos de fuerzas militares. Es todo muy incierto”, argumentó Frieda.
Quiénes son, qué hacen y qué piensan del conflicto con Rusia. Dicen que están atentos y organizados.
Persiste y se reaviva ante situaciones límites el recuerdo del Holodomor, la hambruna que padeció el pueblo ucraniano en los primeros años de la década del 30, por una medida del líder soviético, Joseph Stalin. “Fue considerado un holocausto, que nos llega como relato transmitido de generación en generación. Es una marca que perdura en la memoria colectiva y nos hace resilientes”, sostiene Frieda y asiente el religioso ortodoxo.
“Todas las historias que cuentan nuestros abuelos son recuerdos de dolor. El genocidio, las guerras, la opresión stalinista. Por eso es que ante cada señal o indicio de un nuevo conflicto, reaccionamos como hermanos, como una familia”, asegura Frieda.
Los ucranianos de Berisso están atentos y organizados. Las cinco instituciones de la colectividad, en esta localidad que está a 13 mil kilómetros de sus raíces, buscan hacer escuchar el pedido que tiene volumen de grito histórico: libertad e independencia para sostener el nacionalismo.w