Solo para sus ojos
11.05.2013 | 02:19
Adrián Martínez Quizás las claves del devenir español no las debamos buscar en ningún discurso del presidente del Gobierno, ni siquiera por petición propia a beneficio de su propia figura. Tras escuchar el último y "plasmódico" discurso de Rajoy en el Congreso me pregunté, no sé por qué, si a don Mariano se le había roto algún termómetro. De todas formas ya está a punto de publicarse el nuevo Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, el famoso y polémico DSM. Este es el libro-biblia donde los psiquiatras encuentran las claves para establecer el diagnóstico de sus pacientes y posible fuente inagotable de inspiración para que el ciudadano, ahora que estudia más que nunca, pueda entender a sus políticos. Y después morirse.
Más bien, las claves de nuestro devenir, más que en el mundo de Yuppi de Rajoy -donde, a su entender, la nevera debe estar cada vez está más llena para pasar cada vez más hambre- haya que buscarlas en programas como Salvados, de Jordi Évole. El último de título ¿Sabemos lo que comemos? analizaba el nivel de tóxicos que ingerimos a través de la alimentación y la contaminación medioambiental propiciada por determinadas industrias con patente de corso y que tras visualizarlo la conclusión debe ser que no sabemos lo que comemos (ni lo que bebemos, respiramos y nos ponemos encima). Y quizás tampoco que la empresa química Ercros Industrial S.A. (se la nombraba en el programa y se sabe dedicada a la fabricación de productos derivados del cloro) se va del pueblo de Flix después de un ERE que deja al 75% de la plantilla en la calle, 30 hectáreas de suelo contaminadas y unas 700.000 toneladas de residuos tóxicos en el Ebro (costará descontaminarlo 165 millones de euros de los cuales ya veremos los que paga la empresa). Ercros, empresa modelo donde las "aiga", vertió en dicho río 26 veces más mercurio, por tonelada de cloro fabricado, que cualquier otra fábrica similar en toda Europa. Y eso que un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ya había determinado que la exposición a compuestos como el hexaclorobenceno o metales como el mercurio había provocado en la comarca una mayor tasa de nacimientos prematuros y un elevado índice de desarrollo infantil deficiente.
Y es que el Ebro, uno de los ríos más contaminados de España, pasa por el Pilar y por unos cuantos sitios más, distribuyendo agua, admoniciones y algún que otro peligro como el mercurio. Peligro que también ingerimos a través de determinadas fuentes como las amalgamas dentales, el agua y el aire contaminado por las industrias y los automóviles, el pescado (ver el caso del atún rojo y el emperador), las vacunas con timerosal (sal orgánica de mercurio), los tatuajes y la manipulación de termómetros y de las bombillas de bajo consumo rotas de esas que regalaba un ministro de la época de Zapatero, Dios lo tenga en su gloria política.
El etilmercurio (una forma de mercurio) es neurotóxico y produce graves daños en el cerebro fetal que aún está formándose pues traspasa la barrera placentaria con facilidad. Incluso en concentraciones pequeñas causa daños cardiovasculares. Su efecto carcinogénico está reconocido por la Agencia Internacional del Cáncer (IARC) y, por otra parte, hay estudios que lo relacionan con la esclerosis múltiple y el autismo.
La realidad es cruda: la mayor parte de las enfermedades de causa desconocida que ya se han catalogado las provocan o agravan los cientos de tóxicos que inundan nuestros organismos. El último informe de la OMS y el PNUMA (programa de las naciones unidas para el medio ambiente) de febrero pasado alerta -más por epidemia que por valentía y por poner un ejemplo- sobre los graves perjuicios provocados por los llamados "disruptores endocrinos". Sustancias de uso común y muy presentes en la vida cotidiana relacionadas con patologías como la criptorquidia (ausencia de descenso de los testículos), el cáncer de próstata en el hombre, el de mama en la mujer, el cáncer de tiroides y el déficit de atención/hiperactividad en los niños.
Y es que el grado de intoxicación del planeta es ya inimaginable sin que nuestros representantes políticos ¿dónde andas Ana Mato? reaccionen. La cuestión es que ya no pueden alegar que no está demostrada la relación causa-efecto obviando hipócritamente que hay miles de productos químicos que jamás han pasado pruebas de inocuidad ni se les ha sometido a riguroso estudio y exámen. Miles de enfermos padecen enfermedades derivadas de los mismos y ya es urgente -como mínimo- interponer el principio de precaución como forma política y médica de estar. Aunque, repito, quizás las soluciones no las debamos buscar ya en el peliculero discurso de Rajoy pues es "solo para sus ojos".
Más bien, las claves de nuestro devenir, más que en el mundo de Yuppi de Rajoy -donde, a su entender, la nevera debe estar cada vez está más llena para pasar cada vez más hambre- haya que buscarlas en programas como Salvados, de Jordi Évole. El último de título ¿Sabemos lo que comemos? analizaba el nivel de tóxicos que ingerimos a través de la alimentación y la contaminación medioambiental propiciada por determinadas industrias con patente de corso y que tras visualizarlo la conclusión debe ser que no sabemos lo que comemos (ni lo que bebemos, respiramos y nos ponemos encima). Y quizás tampoco que la empresa química Ercros Industrial S.A. (se la nombraba en el programa y se sabe dedicada a la fabricación de productos derivados del cloro) se va del pueblo de Flix después de un ERE que deja al 75% de la plantilla en la calle, 30 hectáreas de suelo contaminadas y unas 700.000 toneladas de residuos tóxicos en el Ebro (costará descontaminarlo 165 millones de euros de los cuales ya veremos los que paga la empresa). Ercros, empresa modelo donde las "aiga", vertió en dicho río 26 veces más mercurio, por tonelada de cloro fabricado, que cualquier otra fábrica similar en toda Europa. Y eso que un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ya había determinado que la exposición a compuestos como el hexaclorobenceno o metales como el mercurio había provocado en la comarca una mayor tasa de nacimientos prematuros y un elevado índice de desarrollo infantil deficiente.
Y es que el Ebro, uno de los ríos más contaminados de España, pasa por el Pilar y por unos cuantos sitios más, distribuyendo agua, admoniciones y algún que otro peligro como el mercurio. Peligro que también ingerimos a través de determinadas fuentes como las amalgamas dentales, el agua y el aire contaminado por las industrias y los automóviles, el pescado (ver el caso del atún rojo y el emperador), las vacunas con timerosal (sal orgánica de mercurio), los tatuajes y la manipulación de termómetros y de las bombillas de bajo consumo rotas de esas que regalaba un ministro de la época de Zapatero, Dios lo tenga en su gloria política.
El etilmercurio (una forma de mercurio) es neurotóxico y produce graves daños en el cerebro fetal que aún está formándose pues traspasa la barrera placentaria con facilidad. Incluso en concentraciones pequeñas causa daños cardiovasculares. Su efecto carcinogénico está reconocido por la Agencia Internacional del Cáncer (IARC) y, por otra parte, hay estudios que lo relacionan con la esclerosis múltiple y el autismo.
La realidad es cruda: la mayor parte de las enfermedades de causa desconocida que ya se han catalogado las provocan o agravan los cientos de tóxicos que inundan nuestros organismos. El último informe de la OMS y el PNUMA (programa de las naciones unidas para el medio ambiente) de febrero pasado alerta -más por epidemia que por valentía y por poner un ejemplo- sobre los graves perjuicios provocados por los llamados "disruptores endocrinos". Sustancias de uso común y muy presentes en la vida cotidiana relacionadas con patologías como la criptorquidia (ausencia de descenso de los testículos), el cáncer de próstata en el hombre, el de mama en la mujer, el cáncer de tiroides y el déficit de atención/hiperactividad en los niños.
Y es que el grado de intoxicación del planeta es ya inimaginable sin que nuestros representantes políticos ¿dónde andas Ana Mato? reaccionen. La cuestión es que ya no pueden alegar que no está demostrada la relación causa-efecto obviando hipócritamente que hay miles de productos químicos que jamás han pasado pruebas de inocuidad ni se les ha sometido a riguroso estudio y exámen. Miles de enfermos padecen enfermedades derivadas de los mismos y ya es urgente -como mínimo- interponer el principio de precaución como forma política y médica de estar. Aunque, repito, quizás las soluciones no las debamos buscar ya en el peliculero discurso de Rajoy pues es "solo para sus ojos".
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