Vivir en el campo era saludable
La moderna agricultura intensiva, fundada en el uso masivo de agrotóxicos y en plantas modificadas genéticamente, ha tenido el efecto secundario de convertir al campo en un lugar peligroso e insano, donde los riesgos de envenenamiento por plaguicidas ha crecido hasta convertirse en una preocupación que por ahora los gobiernos tratan de ignorar, y en fuente de potenciales enfermedades degenerativas o congénitas.
Estamos dándonos contra una realidad que no queremos ver con el tema de agroquímicos. Hay problemas sobre todo con recién nacidos que deben atender los médicos rurales y de poblaciones chicas rodeadas de campos de soja rociados con glisofato.
El glifosato se usa con otros herbicidas, por lo que hay una multiplicidad de factores que hacen a los efectos de los agroquímicos. En la Argentina el problema de los agrotóxicos no se quiere ver, pero ya nos estamos dando contra la pared por esta persistente ceguera.
Recientemente la Comisión Europea de Medio Ambiente dictaminó que esa sustancia puede tener consecuencias nefastas y condenó a la empresa multinacional de origen norteamericano Monsanto por publicidad engañosa en su promoción.
Uno de los efectos de los agroquímicos es la inmunodepresión, pero también hay que preguntarse qué hicieron las autoridades para solucionar el problema social por la desnutrición que presentaban tres niños de la familia Portillo fallecidos en Gilbert, Gualeguaychú. Quien vive cerca de la zona de cultivo ¿debe irse de la casa cada vez que se fumigue? Y a eso hay que sumar la incidencia de factores climáticos, geográficos, los cursos de agua, los suelos.
Hay estudios sobre el glifosato, pero es muy difícil obtener datos posiblemente debido a los obstáculos que interponen los que tienen en sus manos un negocio fabuloso que no quieren perder a ningún precio.
Desde el Estado, los que deben tomar cartas en el asunto se han limitado a negar el problema y decir que no hay datos, cuando obtenerlos es una de sus obligaciones.
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