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- 06/07/16
Las edades ideales, un nuevo absurdo para discriminar
Tribuna
Ricardo Iacub
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Recientemente se celebró el “Día de la toma de conciencia sobre el abuso y maltrato a la vejez”. Es una fecha que nos propone revisar muchas de nuestras creencias acerca de lo que denominamos buen o mal trato hacia las personas mayores, la vejez y el tener “demasiada edad” desde ciertas expectativas sociales actuales.
Para muchas personas el tema de la vejez resulta algo lejano. Eso impide considerar que las atribuciones negativas sobre la edad se encuentran presentes en múltiples dimensiones y mucho antes de pasar los 60 o 70 años. Este factor de la discriminación ha sido menos analizado y nos involucra a todos cuando sentimos que tenemos “demasiada edad”. ¿A qué me refiero? A aquellas vivencias o desempeños donde los años se convierten en un obstáculo, ya que se rebasan ciertos márgenes de lo que constituiría una edad ideal. De esta manera las creencias negativas acerca de la vejez se trasladan a cualquier otro punto de la vida convirtiéndolas en una amenaza siempre presente.
Lo sorprendente de este momento histórico es que hemos alcanzado una revolución de la longevidad y se han logrado transformaciones muy positivas en los estilos de vida de las personas mayores, donde la edad ha dejado de ser un criterio demarcatorio y limitante como lo era previamente. Sin embargo, en ciertos ámbitos, las edades ideales se vuelven absurdamente tempranas dejando cada vez más gente con “demasiada edad” para el ejercicio de funciones.
Resulta notoria la emergencia de una creciente exaltación de la juventud a la que se le atribuyen capacidades o recursos especiales, como la creatividad o el entusiasmo. Este relato que se viene construyendo desde hace algunas décadas y se asienta en el denominado “sentido común”, vuelve natural aquello que antes hubiese resultado no tan cierto. Y desconsidera al mismo tiempo otros valores como las diversas formas de aprendizaje, formales o informales, y la elaboración de formas de comprensión que permitan mayores niveles de análisis y desarrollo en muchas áreas, lo que requiere de una multiplicidad de experiencias procesadas en el tiempo.
En mi cabeza anidan comentarios cuasi inverosímiles tales como: “ya cumplí 28 años, no digo más la edad”; un ingeniero con un alto nivel de especialización en una empresa líder que entendía que había perdido la posibilidad de llegar a gerente porque había pasado los 40, o una reconocida política señalando que los mayores de 60 debían retirarse por presumir que todos eran corruptos. Son comentarios que emergen en un contexto real donde las personas más jóvenes han ido incrementando espacios de poder.
No quiero dejar de destacar que para algunas ciencias los descubrimientos suelen ser muy tempranos; que hay jóvenes brillantes que merecen grandes puestos y la intervención de nuevas generaciones puede impulsar miradas novedosas, así como también hay gente grande que no pudo o no supo beneficiarse de la experiencia vivida.
El mundo de los recursos humanos ha dado rienda suelta a la creencia sobre un extraordinario rendimiento de los jóvenes, sin que medien investigaciones que prueben que la productividad de estos supera la de sus mayores; incluso existen hallazgos contradictorios afirmando las capacidades de unos o de otros. Porque quizás la edad no sea el tema central, salvo en actividades donde se juegue un fuerte rendimiento físico, sino otras cuestiones, tales como cambios generacionales o temas muy específicos, que pueden ser resueltos de maneras menos excluyentes. Las creencias prejuiciosas sobre la edad no son menores ya que dejan de lado a tantos otros que, desde cada vez más temprano, van entrando en un congelador de proporciones siberianas.
El mundo de la moda y el diseño personal han mostrado poca creatividad para incluir la diversidad de cuerpos y formas, a punto tal que el mismísimo capitalismo no termina de penetrar con su interés de venta. La publicidad expresa esta tendencia y en una investigación se mostró que las mujeres mayores no se veían reflejadas en las publicidades de cremas anti age donde presentaban muchachas de veintipico, obviamente sin arrugas. Vender imágenes de diversas edades podría ser más inclusivo y seguramente más rentable.
La política nos muestra un proceso similar, con un notorio rejuvenecimiento de los representantes. Una investigación española mostró que si en 1955 la edad de los presidentes del G-8 era de aproximadamente 70, actualmente es de 54. Incluso los políticos más grandes parecen tener que demostrar que tienen salud, fuerza y vitalidad para asegurar la confianza del votante. Y si observamos edades de intendentes y otros altos funcionarios veremos que el descenso es aún más marcado. Estos criterios parten de representaciones sociales de la juventud que la construyen como plena de pasión romántica. Aunque es bueno advertir que cuando los jóvenes acceden a lugares de poder suelen aparecer miradas altamente críticas. El ingreso de la juventud en estas lides es muy positivo, pero -como señalaba Perón- “que haya un cambio generacional no ha de consistir en tirar todos los días un viejo por la ventana”.
El efecto más perjudicial es que gran cantidad de gente perderá rápidamente la perspectiva de progreso, tan cara a nuestra cultura occidental. La brevedad y la velocidad del desarrollo en el tiempo, así como el pronto descarte, pueden devenir en fuentes de insatisfacción y frustración.
Tomar conciencia supone pensar en los adultos mayores, pero también en que los fantasmas que solemos ubicar en la última etapa de la vida pueden devenir en verdaderos monstruos que, sin llegar a los 60, nos vuelvan demasiado grandes para alguna cosa.
Ricardo Iacub es psicólogo, especialista en adultos mayores.
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