Alma de Nogal : Los Chalchaleros

viernes, 4 de noviembre de 2011

Por Rodrigo Fresán, desde Barcelona : Homo Androide. PAG.12

Homo Androide

Por Rodrigo Fresán


Desde Barcelona

UNO La edición 2011 del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges ya pasó, pero todavía quedan algunos carteles colgados en las estaciones de Metro. Rodríguez los ve todas las mañanas: el rostro oriental y tan realista de lo que su fabricante, un tal Hiroshi Ishiguro, denomina su “geminoide”. Es decir: un androide hecho a su imagen y semejanza primero y, después, invirtiendo los términos del asunto, un Hirosihi Ishiguro hecho a la imagen de su geminoide. Porque –lo lee Rodríguez en una contratapa de La Vanguardia– Ishiguro se ha operado para ser siempre igual a su doble robótico. Varias operaciones de cirugía plástica para mantenerse a su altura y edad. Ishiguro tiene hoy 47 años, pero terminó a su geminoide a los 41. ¿Por qué lo hizo? ¿Para qué lo hace? Respuesta: “Los geminoides y los androides no me interesan por sí mismos. Mi única motivación para investigar y para seguir viviendo es averiguar qué es el ser humano. Creo androides para saber cómo son las personas”. Después, Ishiguro identifica al sexo como el factor que masificó a Internet y predice: “Cuando los androides tengan la capacidad de ofrecer sexo se multiplicarán por millones”. El sexo mueve al mundo y al hombre y ¿cómo es eso que una vez le dijo un argentino a Rodríguez? Ah, sí: “A coger que se acaba el mundo”. Y Rodríguez no puede evitar hispanizar ese coger y entenderlo como un “Agarrar lo que se pueda que se viene la oscuridad”. Y pensar en la oscuridad lo devuelve al tema del sexo y a algo que le informan desde el noticiero de esa noche. Las noticias, piensa Rodríguez, cada vez son menos noticias y son cada vez más novedades...

DOS ...y lo que dice el locutor es que “el exceso de placer sexual puede producir amnesia a corto plazo”. Medio dormido, Rodríguez piensa que la carencia de placer sexual también produce amnesia. Porque la verdad que él ya ni se acuerda de que era eso del placer sexual. Y Rodríguez mira a su esposa. Su esposa cada vez más parecida a un androide, a una geminoide: igual, pero distinta, y –por supuesto– todavía incapacitada para ofrecer sexo. Al menos a él. Y antes de ponerse a pensar en cosas peligrosas, Rodríguez recuerda –memorias implantadas, falsas evocaciones, órdenes irrevocables, conocimientos descargables, visiones únicas– al lírico replicante de Blade Runner Roy Batty, al sinuoso y conspirativo oficial científico de Alien Ash, a HAL “My mind is going...” 9000 en 2001: a Space Odissey. Todos ellos máquinas sensibles tan preocupadas –cada una a su manera, sintética y artificial, pero tan sentida– por el futuro de tanta carne podrida y de tanta mala sangre. Nuestra.

TRES En la habitación de al lado su Hijo Nexus 7 y su Hija 9001 sonríen enchufados a sus respectivas unidades de comunicación. Uno y otra tienen varios cientos de amigos y Steve Jobs los cuida desde el cielo. Rodríguez no quiere decir nada, no quiere causar problemas, pero no puede dejar de pensar en esa otra entrevista –también en La Vanguardia– en la que Agustín Bocos, abogado ambientalista madrileño, advertía sobre la excesiva radiación electromagnética provocada por vivir en un mundo wi-ficado. No puede ser bueno su efecto. Bocos cuenta de la instalación de una antena de telefonía móvil junto a un refugio para gatos y perros. Enseguida, recuerda, los animales se pusieron raros, se autolesionaban, querían escapar. Estadísticas hablan de aumento de tumores cancerígenos, leucemia infantil, cefaleas, mal dormir, problemas de aprendizaje, hiperactividad. Se respira un aire electrizante y –advierte Bocos– cada vez que nos acercamos un teléfono móvil al oído nos convertimos en nuestra propia antena. Y, se sabe, las antenas suelen atraer a los rayos más fulminantes cuando llega la época de las tormentas perfectas.

CUATRO Con semejante ánimo apocalíptico, este martes Rodríguez se mete a ver Contagio, nueva película de Steven Soderbergh. “Nada se expande más rápido que el miedo”, es la frase/anzuelo en los pósters. Se anuncia, también, la inminente llegada de Eva como “la primera película catalana sobre robots”. “Nada será como imaginas”, se lee allí. Pero falta un poco para eso y Contagio es como Traffic, pero con las drogas sustituidas por un virus mortal. No es la única muestra de cine findemundista. Este nuevo brote de catástrofe en pantalla –sin mencionar las sucesivas oleadas de zombis y vampiros– arrancó con 2012 y ya están al caer la nueva de Abel Ferrara, la última de Lars Von Trier y, este Sitges, los españoles Alex y David Pastor (quienes ya habían dirigido algo titulado Infected) anticiparon el proyecto de algo a titularse Los últimos días y que narrará nuestras postreras noches en una Barcelona sin retorno. Los Pastor proyectaron cuatro minutos de postales urbanas en las que –como en ese inquietante documental del National Geographic– se muestra la decadencia y caída y ruina de una ciudad en las que ya no figuramos como parte del paisaje. El planeta en que el vivirán y funcionarán WALL-E y el niño de A.I. Rodríguez no puede evitar el preguntarse cuál será la necesidad del ser humano de contemplar una y otra vez su último capítulo y se responde que se trata del consuelo de poder ver el más allá de lo que nunca se llegará a vivir. O a sobrevivir. En cualquier caso –aire acondicionado a máxima potencia, afuera un verano que se niega a morir–, Rodríguez sale del cine estornudando y recuerda que días atrás se enteró del retorno de pestes medievales y supuestamente erradicadas. La culpa, dicen algunos, tiene que ver con padres naturistas que se niegan a vacunar a sus hijos porque todo eso es un engaño de las empresas farmacéuticas. Rodríguez busca alguna de las cada vez más desabastecidas y en extinción farmacias españolas (el Estado no les paga desde hace meses el dinero de los medicamentos consumidos por la muy insegura y poco sociable Seguridad Social), pide un antigripal, lo traga convencido de que ha ganado una pequeña batalla en una guerra perdida contra su organismo mortal y se dice que la ausencia de mocos será una de las formas más certeras de identificar a un geminoide. Afuera, todo es valores tóxicos y riesgos de contagio económico y campañas virales.
CINCO Robocalypse –su título lo dice todo– de Daniel H. Wilson– es una de las novelas de la temporada; pero Rodríguez hojea otro libro: Chéjov en vida: una biografía en documentos de Igor N. Sujij, volumen donde –temáticamente– se ordena la vida del escritor ruso a partir de documentos, cartas, comentarios de gente cercana y entradas en diarios. Rodríguez se saltea los apartados “Familia”, “Trabajo”, “Vida cotidiana”, “Mujeres”, “Erótica”, “Fe”, “Derechos”, “Secretos”, “Esposa”, “Dinero” y “Enfermedad” por considerarlos factores de riesgo para su salud. Así que abre el libro en el rubro “Argumentos” y allí lee un apunte en libreta de Chéjov: “Una conversación en otro planeta sobre la Tierra, dentro de mil años; recuerdas aquel árbol blanco (abedul)”.
Rodríguez lee eso y los ojos se le llenan de lágrimas. Y empieza a llover. “La gripe”, se dice, se justifica, se avergüenza, se disculpa ante nadie y ante sí mismo, sus lágrimas en la lluvia.

Los geminoides no lloran.
Todavía.

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