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¿Radiaciones peligrosas?
Pasamos el día pegados al móvil, a la televisión, al Wi-Fi... Pero toda esa . La ciencia tiene la palabra.
Pasamos el día pegados al móvil, a la televisión, al Wi-Fi... Pero toda esa tecnología nos expone a peligrosos campos electromagnéticos cuyos efectos apenas empezamos a ver. La ciencia tiene la palabra.
22 oct 2011
Mujerhoy.com - MARISOL GUISASOLA 5 Comentarios No concebimos salir sin el móvil y hasta nos lo llevamos al cuarto de baño y la cama. Es una relación tan dependiente que, si un día nos falla el teléfono (ya sea en modelo convencional o con conexión a internet), nos sentimos desconectados del mundo. Y, sin embargo, cada vez más científicos piensan que puede que haya llegado la era del corto y cambio. Aunque las noticias sobre el riesgo de cáncer asociado al uso de telefonía móvil llevan años circulando, siempre ha llegado algún informe a tiempo de prevenir la desconexión y concluyendo que “no existen suficientes pruebas que demuestren inequívocamente esa relación”.
Esa indefinición exculpatoria, a la que la industria se ha aferrado siempre, empieza a perder terreno desde que, el 31 de mayo pasado, la OMS, a través de su Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), clasificó oficialmente los campos electromagnéticos de radiofrecuencia como “posible cancerígeno”.
Ya en septiembre de 2008, el Parlamento Europeo había decidido (por 522 votos a favor y 16 en contra) establecer estándares de seguridad más rigurosos para los móviles. A la vista de los estudios que asociaban su empleo a un mayor riesgo de tumores cerebrales, declaró: “Los límites de exposición a los campos electromagnéticos (CEM) establecidos para el público general han quedado obsoletos”. El Parlamento Europeo no dudó en declararse “muy preocupado por el informe Bioiniciativa Internacional (www.bioinitiative.org) sobre campos electromagnéticos, que recoge unos 2.000 estudios científicos y detalla los riesgos de las emisiones de la telefonía móvil, lo cual incluye teléfonos móviles, UMTS, Wi-Fi, WiMax y Bluetooth, y también teléfonos inalámbricos”.
El informe señalaba que la exposición a aparatos y sistemas eléctricos y/o electrónicos, líneas de tendido eléctrico, aparatos inalámbricos y antenas exponen a la población a mayor riesgo de trastornos inmunitarios, Alzheimer, cáncer, alteraciones en la función cerebral…
Quizá la mayor autoridad mundial en radiaciones CEM y sus efectos es el sueco Olle Johansson, director de la Unidad de Neurología Experimental del Departamento de Neurociencia del Karolinska Institute y profesor de Neurociencia en el Royal Institute of Technology de Estocolmo. Su socarrona sonrisa choca con su discurso, de todo, menos tranquilizador. “La actual medida de riesgo de radiación o SAR (siglas en inglés de “tasa de absorción específica”, establecida por la industria hace décadas) es inadecuada y, como consecuencia, la población mundial está en riesgo”, declara tajante. “Hasta ahora prevalecía la idea de que los únicos efectos indeseables de las emisiones de radiofrecuencia eran debidas a un efecto térmico o de calentamiento, ya que se pensaba que los campos no térmicos no tenían efecto biológico”, añade.
PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN. Hoy, sin embargo, abundan las investigaciones que demuestran que los campos no térmicos pueden afectar a tejidos y funciones fisiológicas. Se han observado bioefectos no térmicos por radiaciones de baja intensidad, tanto a nivel molecular como celular. “A la vista de resultados recientes, tendríamos que reducir la exposición a microondas unas 50.000-60.000 veces. Dicho eso, los límites de los nuevos estándares biológicos siguen siendo 100 millones de veces más altos que los niveles de radiación naturales con los que la vida del planeta (y nuestros genes) evolucionaron”, concluye.
Como primera medida, Johansson y otros científicos piden que se aplique el “principio precautorio”, que propone salvaguardar a la población frente a posibles riesgos. Como explica Johansson, “que un riesgo no haya sido establecido plenamente no es excusa para no aplicar ese principio de precaución, que es un derecho natural. Políticos y legisladores tienen el deber de redefinir las guías de exposición máxima, basándose en datos biológicos y teniendo en cuenta los efectos a largo plazo. Y deben considerar especialmente a grupos con riesgo, como niños y embarazadas (el feto es especialmente vulnerable), ancianos, enfermos, personas con alteraciones genéticas o inmunitarias, personas con electrohipersensibilidad...”.
Precisamente, la hipersensibilidad ha sido objeto de gran atención. En España, Minerva Palomar es la primera trabajadora a la que un juez ha concedido “la incapacidad laboral permanente y absoluta” por hipersensibilidad electromagnética y ambiental. Hoy se calcula que entre 18 y 20 millones de europeos sufren ese trastorno. En Suecia, primer país que aceptó este problema como causa de baja laboral, la cifra de afectados se eleva a más de 250.000. La mayoría pertenecen a la Asociación Sueca para la Electrosensibilidad, en la Federación de Discapacidad.
Es fácil reconocer a Minerva en la calle. Para aislarse de los campos electromagnéticos, esta exceladora de la Universidad Complutense va vestida con prendas de fibra de plata que cose ella misma (el tejido, comprado en Alemania, le cuesta 600 €) y un velo también de fibra de plata cubriéndole la mascarilla de carbono que, a su vez, le protege la boca. “Mi diagnóstico de electrosensibilidad tiene detrás un peregrinaje de muchos años, de médico en médico, siempre sin un diagnóstico claro para mis síntomas de cansancio extremo, confusión mental, migrañas, dolores generalizados, pérdida de coordinación motora, taquicardias, síncopes, ingresos de urgencia... Al final, un médico de Medicina Integrativa fue a un congreso en el que explicaron casos como el mío asociados a la hipersensibilidad a campos electromagnéticos”. Hoy, Minerva no va a ninguna parte sin su medidor de radiofrecuencia: “Tengo cuatro. Gracias a ellos he objetivado mi problema; cada vez que me siento mal, lo miro y compruebo siempre que los niveles de alta frecuencia son altísimos”.
“Ni fuera de la ciudad estás libre de riesgos”, añade Isabel Peña, otra afectada por esta hipersensibilidad. “Las carreteras y pueblos están sembradas de antenas y repetidores. Si quieres pasar un fin de semana en el campo, tienes que comprobar antes que la casa a la que vas no tiene Wi-Fi ni teléfono inalámbrico ni está debajo de una antena de telefonía o una línea de alta tensión. Por supuesto, los centros urbanos son coto vedado. Estoy a favor del progreso, pero no todo tiene que ser inalámbrico, porque supone muchísima radiación”.
RIESGO INFANTIL. El dr. José Francisco Tinao, vicepresidente de la Fundación Vivo Sano (www.vivosano. org), es el primer sorprendido por la proliferación de pacientes con electrohipersensibilidad, trastorno que también puede incluir náuseas, irritabilidad, acúfenos, toses, insomnio y hasta eccemas y otros problemas dermatológicos. “Estamos ante un entorno nocivo –explica–. Somos la primera generación expuesta a estas radiaciones y las exposiciones se van sumando progresivamente. Los niños son especialmente vulnerables”.
La preocupación por el riesgo infantil se extiende. Irina de la Flor, directora de la Organización para la Defensa de la Salud, integrada en la Fundación Vivo Sano, hainiciado la campaña “Escuelas sin Wi-Fi” (www.escuelasinwifi.org), que incluye la recogida de firmas. “Los sistemas Wi-Fi en las escuelas exponen a los niños (y a los trabajadores) a un agente cancerígeno reconocido durante más de 130 horas al mes como mínimo, y más de 1.170 horas al año”, explica. “Países como Francia o Alemania han retirado los Wi-Fi de escuelas, hospitales, bibliotecas y lugares públicos. Nuestra campaña pretende eliminarlos de las aulas y promover otras tecnologías de acceso a internet que no pongan en riesgo la salud”.
NVESTIGAR Y DECIDIR. Para Olle Johansson, la única forma de llegar al fondo de la cuestión es que los científicos que estudian los riesgos asociados a las radiaciones electromagnéticas estén libres de ataduras laborales y que los fondos para la investigación estén cubiertos al 100%. “Deben estar totalmente libres de intereses comerciales –enfatiza–. La salud pública no puede llevar una etiqueta con un precio. Es una responsabilidad de los gobiernos y de la OMS”.
¿Qué podemos hacer mientras para reducir al máximo los riesgos derivados de la exposición a los CEM? La sugerencia del profesor Johansson es recabar la mayor cantidad de información posible, leer, razonar y luego tomar una decisión responsable para uno mismo y para la familia: “A menudo me hacen esta pregunta y respondo con esta otra: ¿De verdad necesita esos aparatos? ¿De verdad sus hijos tienen que pasar tanto tiempo con el móvil, el ordenador o la consola? Si cree que la respuesta es sí, adelante. Si es no, es hora de empezar a introducir cambios en su vida”.
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