Alma de Nogal : Los Chalchaleros

martes, 14 de septiembre de 2010

Algo Personal, pinchar teléfonos a periodistas y funcionarios, un vicio argentino

Pinchar teléfonos a periodistas y funcionarios, un vicio argentino
14/09/10 Jueces, opositores, reporteros y hasta ministros del propio gobierno han sufrido el espionaje.

Por Gerardo Young
LORENZETTI. EN 2007, ENCONTRO SU COMPUTADORA INTERVENIDA POR ESPIAS.
Lo que parece haber hecho el servicio secreto francés, es un clásico del contraespionaje en tiempos de democracia : dar con los funcionarios que “traicionan” a sus jefes pasando información no conveniente a los periodistas. Tan común es esa práctica en Argentina, que pocos funcionarios del gobierno de Cristina Kirchner se atreven a hablar por teléfono con un periodista de los no alineados con el oficialismo. Mucho menos a intercambiar correos electrónicos, práctica que desde hace años se considera de alto riesgo: cualquier cosa que se escriba en la computadora, puede ser usada en contra de su autor.

La lista de personas bajo “custodia” de los espías es tan fluctuante como los tiempos políticos lo requieren. Hasta el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, hace tres años se encontró con su cuenta de correo intervenida y aún se investiga por quién. Lo mismo han denunciado una decena de políticos opositores o ex funcionarios, como el ex jefe de gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández. Pero el contraespionaje es, por definición, básicamente de entrecasa. Y varios ministros del propio gobierno sufrieron la desconfianza de la SIDE, entre ellos Aníbal Fernández, cuando era ministro de Justicia, por el 2003-04, y todavía no había enamorado al matrimonio Kirchner. Pero a no engañarse: la práctica no es de cepa kirchnerista, sino que ahora se llevó al extremo un viejo vicio. Famosa era la costumbre de Hugo Anzorreguy, jefe de la SIDE del menemismo. Hugo –lo llamaban por su nombre– acostumbraba a invitar a su despacho a los funcionarios que pasaban por un mal momento personal –problemas íntimos e inconfesables– y los sorprendía ofreciéndoles su ayuda.
La misión de controlar al periodista es, más que un clásico, una tarea habitual y rutinaria de los servicios secretos de hoy. La SIDE, cabecera del sistema de Inteligencia argentino, cuenta con una Oficina de Medios desde la década del ochenta, cuando el gobierno radical se convenció de que muchos periodistas –sobre todo los del diario Ambito Financiero– colaboraban con los movimientos “carapintadas”.

En esa Oficina se analiza lo que publican los medios, pero además se definen “blancos”, objetivos a seguir. Para las pinchaduras de teléfonos o correos electrónicos, hay herramientas ortodoxas y liberales . Las ortodoxas atienden en la Dirección de Observaciones Judiciales, donde el hombre fuerte de la SIDE, Francisco Larcher, se hizo armar una oficina con acceso directo a las escuchas. Las liberales son menos arriesgadas: hoy, mucho del espionaje oficial, s e terceriza en empresas privadas que pululan entre empresarios y políticos, por lo que detectar el origen de un espionaje se hace cada vez más difícil. Los privados, también hacen de las suyas.
Es que el periodismo ha sido, desde siempre, muy atractivo para los espías. Los servicios secretos han montado agencias de noticias, han producido revistas, se han nutrido de periodistas infiltrados en las redacciones. Fernando De Santibañes, mandamás de los espías durante el gobierno de la Alianza, llegó a reclamar a la Justicia que le intervenga los teléfonos a un juez para ver si había anticipado a la prensa la información sobre un fallo que lo perjudicaba.
Otros han tomado atajos menos sutiles, como pinchar el correo electrónico del juez federal Daniel Rafecas y difundir sus intercambios con periodistas a través de blogs y cadenas de mails. Porque en realidad, no importa tanto encontrar a la persona que difundió una información. Lo que interesa es dejar en claro que no debe volver a ocurrir .
CLARIN .

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