Alma de Nogal : Los Chalchaleros

martes, 1 de octubre de 2013

La pesadilla del glifosato atemoriza aún a las comunidades fronterizas. El Comercio

La pesadilla del glifosato atemoriza aún a las comunidades fronterizas 


En la comunidad de Salinas. Dos mujeres tratan de sembrar piñas. En la época de fumigaciones perdieron extensos cultivos de café. Fotos: Vicente Costales / EL COMERCIO TIEMPO DE LECTURA: 8' 34'' NO. DE PALABRAS: 1369 JAVIER ORTEGA. REDACTOR Lunes 30/09/2013 
En la comunidad de Salinas. Dos mujeres tratan de sembrar piñas. En la época de fumigaciones perdieron extensos cultivos de café. Fotos: Vicente Costales / EL COMERCIO


En Puerto Mestanza la rutina de los campesinos no es la misma de hace 15 años. Ahora, las seis familias que habitan en el pueblo, asentado en la orilla ecuatoriana del río San Miguel, frontera con Colombia, miran los atardeceres recostadas en hamacas o apoyadas en los balcones de sus casas de tablas y techos de zinc; como si el tiempo corriera lento. Antes era distinto. En la época de bonanza, los pobladores no tenían descanso. Pasaban las horas labrando la tierra, cosechando cacao, plátano, caña de azúcar, yuca o cuidando el ganado. Esos cultivos murieron tras las fumigaciones aéreas con glifosato, un químico utilizado por las Fuerzas Armadas colombianas para erradicar los cultivos de coca, entre el 2000 y el 2007, en los departamentos de Nariño y Putumayo, frontera con Ecuador. El temor por los daños que provocó ese herbicida ha vuelto como una pesadilla a los habitantes que residen en la orilla del San Miguel. Todos rechazan el acuerdo extrajudicial entre Colombia y Ecuador, firmado hace cuatro semanas, y que dejó sin efecto la demanda de marzo del 2008. En ese mes, el Gobierno Nacional presentó una queja ante la Corte Internacional de Justicia, en La Haya, por los evidentes efectos nocivos que tuvo el glifosato en la salud de campesinos, animales, ríos y cultivos. 


Víctor Mestanza fundó hace 33 años la comunidad que lleva su apellido. Antes de las aspersiones, las 200 hectáreas de su finca eran el sustento económico de 20 trabajadores que tenía a su cargo. Ahora, los terrenos son pastizales de tonos verdes y amarillos, sin cultivos. Las piscinas donde criaba tilapias, cachamas y carpas, tres variedades de peces de agua dulce, están resecas. En el 2008, cuando el Estado ecuatoriano presentó la demanda, reconoció los impactos del glifosato. La Cancillería sostuvo que ese químico "causó y continuó causando serios daños en la frontera ecuatoriana. Incluso entre los indígenas que fueron desplazados como resultado de las aspersiones". En el convenio firmado hace un mes, Colombia no ofreció disculpas públicas, como exigía Ecuador, pero se comprometió a cancelar USD 15 millones como indemnización por los daños ocasionados a las poblaciones ecuatorianas. Los campesinos no solo temen el regreso de las fumigaciones. También sienten zozobra por las reducción de la franja de amortiguamiento. En el acuerdo se establece que los 10 km de exclusión de las aspersiones (desde el río San Miguel hacia el interior colombiano) podrá reducirse a 5 km en el segundo año y a 2 km, en el 2016. Esto "siempre y cuando no se afecte a Ecuador", como aseguró, hace dos semanas, el hasta entonces vicecanciller Marco Albuja. Mestanza recuerda que la franja de 10 km ya se estableció en años pasados, pero nunca se cumplió. Él llegó por primera vez al pueblo en 1980 y hasta el 2002 su finca producía caña para 500 panelas diarias. Ahora, la fábrica donde procesaba el producto está empolvada. Los 70 chanchos que alimentaba murieron hace más de 10 años con llagas en los lomos. En 2011 creó, junto con otros 10 campesinos, la Asociación Comunal Puerto Mestanza. Los socios no viven en ese recinto. Todos emigraron a Lago Agrio, Quito o Guayaquil tras los daños que causaron a sus terrenos las aspersiones con glifosato. El grupo compró 150 cabezas de ganado que cuida Mestanza y con la leche que ordeña produce queso. Esa actividad es su fuente de ingreso para el día a día. Puerto Camacho es otro recinto ubicado en el norte de Sucumbíos, a 90 minutos de Lago Agrio, la capital provincial. Allí viven 30 familias y las secuelas del glifosato aún están a la vista. Las mazorcas de maíz están podridas o sus granos nacen demasiado duros. Otras plantas solo son hojas de tono amarillento, resecas y sin frutos. 


Aldemar Naztacuaz tiene 56 años y vive desde joven en Puerto Camacho. También recibió con temor la noticia del convenio entre los dos países. Hace ocho días, mientras recorría su finca, de 10 hectáreas, recordó lo que perdió: en la época de las fumigaciones: 450 gallinas, un lote de arroz y plantaciones de café, cacao y maíz. Ahora conserva sembríos de naranja, limón y pequeños cultivos de cacao y maíz. En los dos pueblos, hay terrenos con árboles cuyas hojas están llenas de agujeros. En esas zonas el calor es asfixiante. Mestanza sacude su brazo para alejar a las moscas que se pegan en la piel y se lamenta por las secuelas del químico. Insiste que la tierra no ha vuelto a ser la misma de antes. Mientras lo hace, camina cerca de las piscinas secas e indica las chanchera vacía que aún conserva un olor a excremento... Las conclusiones científicas El informe de la Comisión Científica Ecuatoriana, que se creó en el 2008 para analizar el impacto del glifosato, refuerza los testimonios de Mestanza y de Naztacuaz. En el 2008, los expertos advirtieron que el herbicida "afecta de manera directa a ecosistemas, campesinos y destruye los nichos ecológicos, sitios de anidación y alimentación de poblaciones". 

Los científicos recomendaron a Colombia suspender "definitivamente" las fumigaciones aéreas de los cultivos ilícitos en la región fronteriza con Ecuador. La propia Defensoría del Pueblo de ese país señaló que los "daños en los cultivos ponen en riesgo la seguridad alimentaria de campesinos e indígenas". Pocos conocen el convenio El anterior martes Lago Agrio amaneció con el cielo gris, nublado. Ese día, la Federación de Organizaciones Campesinas del Cordón Fronterizo de Sucumbíos (Forcofes) inició las mesas de trabajo para discutir cómo se entregarán los USD 15 millones que prometió cancelar Colombia. Ese martes nublado, 20 campesinos se concentraron en Recuerdos del Oriente, un recinto ubicado a 30 minutos de la ciudad. La mayoría desconocía la firma del acuerdo. A las 10:00, agricultores y madres de familia que llegaron a la iglesia del pueblo escuchaban con preocupación el posible regreso de las aspersiones con glifosato. ¿Cómo se van a determinar los daños que sufrimos los campesinos y el pago de la indemnización?, pregunta un afectado. El monto de la compensación será único para todos los perjudicados, responde Daniel Alarcón, presidente de Forcofes. Para Jorge Acero, abogado de la Federación de Mujeres de Sucumbíos, eso puede generar disputas entre los perjudicados. Con la noticia del convenio, Mestanza teme sembrar y perder otra vez los cultivos, como ocurrió en el 2002. Naztacuaz conoce en carne propia los efectos del glifosato y no quiere escuchar, como hace 10 años, el sobrevuelo de las avionetas colombianas echando "humo blanco". Por ahora, para los dos campesinos, las fumigaciones aéreas con glifosato son una pesadilla que no desean que se repita... Testimonios Juan Ortega Testigo en el juicio en La Haya 'Antes de las fumigaciones, vivíamos de las cosechas' El Plan Colombia no solo fue la fumigación con glifosato, también fue la violencia por el paramilitarismo. Hasta antes de las aspersiones vivíamos de las cosechas. 


El glifosato afectó un 70% a las tierras. Ahora nos hemos dedicado a otras actividades como la comercialización de madera. Eso nos ha ayudado a sobrevivir. En mi finca tenía 16 hectáreas de café; todo se perdió. La tierra parece contaminada. Hice un experimento con la semilla de un café de buena calidad, pero me desobligó porque el fruto cogió un color amarillento. Manuel Zhingrey Testigo en el juicio en La Haya 'Tememos de que vuelvan a fumigar' Vivo en Salinas que está a 100 metros del río San Miguel, en el lado ecuatoriano. Recuerdo que las avionetas se cruzaban hasta nuestras fincas. En el 2006 arrasaron con todo. Fue algo tremendo. Las fumigaciones generaron violencia por la presencia de paramilitares. Perdimos cultivos de café, maíz, plátano y arroz. Fue algo atroz en toda la frontera de los ríos Putumayo y San Miguel. Nos quedamos sin trabajo. Me tocó salir a la ciudad a buscar empleo. Muchos tuvieron que dejar las fincas. Estamos temerosos de que fumiguen.


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