Cuando sobrepasemos el cénit del petróleo, veremos cómo las economías se vienen abajo. Las naciones se pelearán (si cabe, a nivel militar) por las reservas que queden. Los granjeros entrarán en bancarrota, incapaces de pagar el precio de los combustibles para sus tractores. Los precios de los alimentos se pondrán por las nubes. El resultado será una hambruna masiva, porque simplemente no seremos capaces de mantener a la población de ahora sin combustibles fósiles” dice el profesor universitario Richard Heinberg, autor de varios libros sobre el fin del petróleo.
Lanzada en los años 70 por el geofísico M.King Hubbert, la teoría del cénit (o pico) del petróleo dice que todos los yacimientos del crudo alcanzan un nivel máximo de producción pero que, luego de superarlo, la producción decrece tan rápido como había crecido. Esto lo hemos visto en yacimientos de varios países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Noruega, México u Omán. Su falta de reservas los ha situado en el lugar opuesto de la balanza comercial internacional: han pasado de ser exportadores a ser importadores. Como dice Heinberg, el problema llegará cuando todos los países pasen a ser importadores, lo cual significará que el petróleo del mundo se habrá acabado.
En las últimas décadas, los centros investigadores sobre el petróleo han proliferado a escala global, a la vez que las especulaciones sobre la fecha en que el recurso llegará a su pico. Mientras unos dicen que llegó entre el 2006 y el 2010, otros prefieren alargar la tragedia hasta el 2030 o, incluso, el 2050.
Sin embargo, según el director de la revista Soberanía Alimentaria, Gustavo Duch, el problema del cénit del petróleo no es cuándo sino cómo lo afrontamos.Duch predice que uno de los mayores impactos del cénit del petróleo será en el modelo de agricultura y alimentación actual. Nuestra comida viaja un promedio de 2.200 km para llegar a nuestros platos. En un mundo sin crudo, los transportes quedarán inertes, muertos y, a menos que tengamos una granja cerca, no tendremos alimento. En términos de Heinberg: la sociedad pre-petrolera contaba con apenas 1.000 millones de habitantes. Ahora somos casi 7.000. ¿Qué pasará con los 6.000 restantes?
El silencio del petróleo
Philippe Rekacewick y Pierre Rimbert, dos periodistas de Le Monde Diplomatique, nos presentan el problema de la transparencia en la información que manejamos. Destacan que los conocimientos necesarios para sopesar las posibilidades del futuro energético son confiscados al público; son propiedad exclusiva de estados y grandes corporaciones, que mantienen al margen la opinión pública ciudadana.
En su libro El fin del petróleo (2004), el periodista estadounidense Paul Roberts desenmascara a un consejo de expertos del servicio de inteligencia de Estados Unidos que se reúne anualmente, desde 1999, para discutir el sistema energético global en términos de poder, influencia y protagonismo en las relaciones internacionales. El autor se refiere concretamente a “La geopolítica de la energía”, serie de conferencias que el consejo organiza en colaboración con otras entidades.
Conscientes de que el reto energético del siglo XXI será satisfacer una demanda de energía considerablemente más grande al mismo tiempo que se produce menos carbono, el grupo plantea los posibles escenarios futuros. Una opción sería potenciar las tecnologías verdes y las energías renovables, algo que no parece hacer Estados Unidos, país poco preocupado por el medio ambiente, singular por su oposición al Protocolo de Kioto y por su legislación poco exigente respecto a las tasas de emisión de monóxido de carbono y a la contaminación generada por los transportes y los procesos productivos de las fábricas y empresas.
Pero no todas las grandes corporaciones norteamericanas siguen los patrones de su legislación. Algunas se han preocupado por el uso de energías renovables y tecnologías verdes, dando lugar a productos “limpios” como por ejemplo el coche eléctrico. Así, en 1996 la empresa norteamericana General Motors sacó al mercado un coche eléctrico, el EV-1, silencioso, rápido y no contaminante. Los usuarios lo adquirían exclusivamente por contrato de alquiler. Pero diez años después, finalizados dichos contratos, General Motors no quiso renovar ni mucho menos vender. Los agrupó y los destruyó.
La multinacional japonesa Toyota llegó a ofrecer en 1997 un coche eléctrico cuya recarga total costaba 2’70$ estadounidenses. En este caso un grupo de usuarios logró presionar a la empresa y comprar los autos una vez expirados los contratos de alquiler. Pero otra gran corporación compró la patente de la batería y provocó el desmantelamiento de la fábrica.
El movimiento de la transición
Sin embargo, los intentos por superar la dependencia del petróleo de nuestras sociedades se alzan actualmente desde la sociedad civil. Es el caso del movimiento o cultura de la transición, corriente fundada en el Reino Unido por el profesor Rob Hopkins, autor de El manual de transición, una guía con 12 pasos a seguir para convertirse en un “pueblo en transición”, una nueva corriente. Hopkins ofrece la posibilidad de cambiar de rumbo, de adecuar nuestros modos de vida a un mundo sin petróleo sin dejar de lado la búsqueda de la felicidad del ser humano. En España, concretamente en la isla de Mallorca encontramos un ejemplo.
La cultura de la transición gira en torno a dos conceptos clave: el fin del petróleo y la resiliencia. Respecto al primer punto, Pedro Prieto, representante de ASPO Internacional (Association for the Study of the Peak Oil) entra en la línea de Hopkins y ofrece un ejemplo muy ilustrativo: “en la isla de Lanzarote hay 120.000 habitantes que viven exclusivamente de una desaladora que funciona con electricidad generada en una planta que quema petróleo y cuyo petróleo llega en un petrolero. Y si deja de llegar ese petrolero, habrá que evacuar a estos 120.000 habitantes”.
En cuanto a la resiliencia, Rob Hopkins se apoya en otro ejemplo de El manual de transición. Como dice, aunque un pueblo consiga reciclar todos los residuos plásticos industriales y domésticos para contaminar menos, su dependencia del petróleo sigue siendo alta. Porque sigue necesitando dichos plásticos. En cambio, si da nuevos usos al plástico usado, como por ejemplo hacer bloques de construcción con él o un tipo de aislante, conseguirá ser más resiliente.
La resiliencia es, como recoge Hopkins, “la capacidad de un sistema para absorber impactos y reorganizarse mientras está cambiando, manteniendo su misma función, estructura, identidad y feedbacks”.
Pero la transición de Hopkins no se reduce a la era post-petróleo, sino que abarca un sentido global respecto a todos los recursos naturales. No se trata de sustituir el petróleo por otro recurso finito, como el gas, sino de adecuar nuestras sociedades a criterios altamente sostenibles.
Estos son los conceptos expuestos en El manual de transición de Rob Hopkins, libro que sirve de guía para los llamados "Pueblos en transición”. Siguiendo los 12 pasos que propone el autor, varios pueblos del mundo han logrado institucionalizar la resiliencia y el pico del petróleo como criterios políticos y económicos, siendo Reino Unido y Estados Unidos los que cuentan con un mayor número de medidas al respecto. El primero en aplicarlo fue el pequeño pueblo inglés de Totnes, de 3.000 habitantes (abajo una imagen de la calle principal).
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transferencia/ Transferencia53/... Oliver Probst obtuvo el grado de Doctor en Ciencias Naturales (Física) de laUniversidad de Heidelberg, Alemania, en 1994. Es profesor y director del ...
Una excelente presentación del agotamiento de las principales fuentes energéticas no renovables se plantea en el "El curso del colapso" ("The Crash Course") . Pueden verlo en http://www.peakprosperity. com/crashcourse/espanol.
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