Como canario de minero
En las minas de carbón de antaño la primera alarma de escapes tóxicos consistía en la muerte de los canarios enjaulados que los mineros llevaban consigo al socavón.
Por: Ignacio Zuleta
En el mundo de hoy, saturado de ondas cuyas consecuencias para la salud aún no se han establecido claramente, los canarios seremos acaso nosotros mismos. Un ejemplo interesante y doloroso de ello lo constituyen ciertas personas que se han llamado electrosensibles.
La electrosensibilidad se ha definido como un fenómeno en el cual el individuo experimenta efectos adversos a su salud al estar en la cercanía de aparatos que emiten campos eléctricos, magnéticos o electromagnéticos. Los síntomas van desde el enrojecimiento de la piel, erupciones, náuseas y dolor de cabeza, hasta arritmias, insomnio, dificultad para respirar y graves alteraciones en el funcionamiento normal del sistema nervioso. Un electrosensible no tolera entonces la presencia de un emisor de ondas, entre los que se cuentan los teléfonos celulares, las antenas de telecomunicaciones o los enrutadores inalámbricos, entre otros. Para el electrosensible las ondas no son materia abstracta: son un problema que le genera incapacidad real.
En las páginas web de los grupos de electrosensibles hablan de que ya hay unos trece millones de europeos que sufren este mal. En Colombia no está clasificada como enfermedad ni como causa de baja laboral, aunque ya comienzan a aparecer casos. ¿Son quizás estos sensibles los canarios de los nuevos socavones?
A veces pareciera que los juguetes tecnológicos, dominados cada vez más por fuerzas económicas que científicas, se masifican con demasiada rapidez antes de que conozcamos con exactitud las consecuencias de su uso. Así ocurrió un buen día con las primeras manipulaciones de la energía atómica, cuyos desenlaces todos conocemos. La ignorancia refrendada por la soberbia han sido muy costosas para el mundo. El equilibrio entre la prudencia y la audacia es delicado y en el caso de las ondas estamos ante elementos azarosos.
Por ejemplo, en Francia prohíben la internet inalámbrica en la escuela, pues obedecen al principio de “ante la duda, abstente”. Por algo dirá la OMS a través de su Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC) que las radiaciones de las antenas de celular están catalogadas como cancerígenas tipo 2B.
En Colombia la legislación sobre las ondas es una broma. Es razonable en apariencia, copiada de estándares internacionales pero amañados internamente. La Agencia Nacional del Espectro, encargada de regular estos fantasmas, opera con la Resolución 1645 de 2005 del Mintic, ¡que no obliga a los operadores móviles a medir y adecuar sus antenas a los límites de radiación como estaba previsto en un decreto original. ¿Y por qué? ¿Y cuántas antenas hay realmente? ¿Y en dónde? Porque si no nos contestamos las preguntas, sería muy tarde cuando no haya vuelta atrás.
No se pueden ni se deben descalificar las alarmas, como tampoco descartar la posibilidad de que los electrosensibles en realidad sean un termómetro importante. En la era del antropoceno que vivimos, hay mutaciones que aún no sospechamos. Lo que es cierto es que estamos haciendo experimentos cuyo laboratorio es el planeta y hemos roto, como nunca, el nexo con la naturaleza primordial, más por arrogancia y por codicia que por motivos altruistas y científicos.
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