Dialogos | Lunes, 12 de mayo de 2014
Emilia Edel fundó Alerta Angostura para proteger los bosques de una de las zonas más bellas del planeta
“Nosotros vivimos del bosque”
http://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-246046-2014-05-12.html
Llegó a La Angostura a principios de los ’90, huyendo del estrés de Buenos Aires y la hiperinflación. Y al poco tiempo se convirtió en una especialista en la ecología de la zona y en la defensa de los bosques, cada vez más amenazados por las industrias y los grandes emprendimientos urbanísticos.
Por Roberto Zabala
–¿El bosque original ha retrocedido mucho en la zona?
–Hay que pensar que originalmente todo esto era bosque. Pero ahora está la Ley Nacional de Bosques. La ley establece los límites. Acá hay una ordenanza de código urbana que dice que arriba de la “banda bosque” no se puede construir. De esa banda para abajo cada casa tiene que tener unos 40 metros limpios para evitar accidentes. Por la ordenanza está prohibido construir de la mitad para arriba del cerro. Es más abajo de donde empieza a crecer el coihue. Donde está la lenga ya no se puede cortar. Más o menos son unos 900 metros. Además, los bosques son propiedad de la provincia. Cuando se hizo la ley de bosques nacional, cada provincia tenía que hacer su ordenamiento territorial. La provincia de Neuquén hizo un mapa tentativo. La ley es participativa y es de presupuestos mínimos. Entonces se hicieron los talleres participativos con mucho esfuerzo, porque el gobierno municipal no los quería hacer, hasta que el director de Bosques le advirtió que si no se hacían los talleres, iba a quedar como el mapa que había hecho la Dirección de Bosques. Entonces se hicieron los talleres en cada pueblo. Nosotros hicimos el mapa aquí en tres talleres y decidimos: “Esto es verde, esto es rojo y esto es blanco”. Donde estamos es blanco.
–¿Qué quiere decir esa clasificación?
–El blanco es que ya no tiene más bosque. El rojo es que está totalmente prohibido construir o sacar árboles; el amarillo también; y el verde hay que pedir permiso a la provincia para marcar los árboles y tirarlos.
–¿Hubo resistencia a esa demarcación?
–De todas las formas que se imagine: las cámaras de comercio, los inmobiliarios, arquitectos, todos ellos estaban en contra y el gobierno municipal también, porque todos están relacionados con la construcción. Hicimos el mapa en los talleres, donde participaba todo el mundo. Como era democracia participativa, nosotros ganábamos, por eso no los querían hacer. La mayoría de los pobladores quiere cuidar el bosque. Y los otros tienen mucho peso, pero son dos o tres. En las asociaciones de hoteleros o en la Cámara de Comercio son dos o tres los que deciden, porque los demás no participan. Incluso algunos a título personal nos apoyaban. La cámara estaba chocha de la vida con que la empresa que regentea las pistas de esquí de Cerro Bayo hiciera un pueblo de 400 hectáreas ahí arriba. Si hacen ese pueblo, nosotros pasamos a ser el área de servicio.
–¿Ya hubo intentos de hacerlo?
–Greenpeace trajo cien plantines de bosque autóctono para reforestar la huella que había hecho Cerro Bayo arrasando el bosque. El tema era plantarles los arbolitos donde ellos habían roto, haciendo un camino sin pedirle permiso a nadie. Cerro Bayo empezó así. El centro de esquí acá es privado; no es como en otros lugares, que son concesiones. Acá es privado y tenía un dueño al que le compraron las tierras. La empresa que compró inicialmente Cerro Bayo se llamaba Pro Ideas. Nosotros pensamos que en ese momento era de gente de Mauricio Macri. Había un Calcaterra en el directorio. Obviamente, cuando empezamos a plantear estas cuestiones, ellos se cambiaron el nombre y desapareció también Calcaterra. Porque van cambiando de nombre. Ellos compraron, y al final del gobierno de Sobisch se les regalaba cien hectáreas por una licitación de las pistas provinciales que están fuera del ejido y son de la provincia. Allí empezaron nuestros problemas, y allí empezó Alerta Angostura.
–Decidieron organizarse en forma permanente...
–Estábamos cansados de autoconvocarnos por cada cosa. Por el casino, por el golf. Entonces hicimos una ONG. Hubo muchas otras cosas: quisieron poner hidroaviones, después querían hacer una represa en el río Limay y levantar el nivel del Nahuel Huapi, luego hubo un proyecto de hacer un hotel con mil camas cuando el perfil urbano de La Angostura es de aldea de montaña, hotelitos chicos, cabañas, emprendimientos chicos que mantienen ese perfil. A cada rato nos autoconvocábamos. El golf lo querían hacer en una propiedad que estaba donde termina el pueblo. De acá hasta la punta del cerro era propiedad de un tal Pascotto. Quería hacer un golf que pasaba los 900 metros de altura en el cerro. Hay unos golf más chicos. Lo que pasa es que, en estos proyectos más grandes, el golf es un pretexto para hacer un country y construir donde está prohibido. Eso era un desarrollo urbanístico. El terreno era enorme. Si se hacía, dejaban al cerro pelado y al pueblo sin agua, porque el agua viene de allí. El proyecto del golf sigue todavía en el Cerro Bayo. Ahora, el dueño es Juan Altieri, el dueño de los casinos de San Luis. Compró los terrenos y quiere hacer el golf y el country.
–Ahora el problema es la ruta de circunvalación.
–Tenemos tres o cuatro problemas. Uno es la ruta de circunvalación. Otro es el camino bioceánico. Una resolución que acaba de aparecer del ministro de Desarrollo Territorial de la provincia, Elso Bertoya, que dice que los intendentes pueden modificar el mapa de bosques porque los bosques son de la provincia. Nosotros ya hicimos ese mapa. Se promulgó la ley con un mapa. Cuando eso va al Consejo Federal de Medio Ambiente (Cofema), observaron que la ley no había tomado en cuenta las propuestas de los talleres participativos. Tuvieron que volver atrás para tener en cuenta los talleres. Porque paralelamente a que los talleres establecieron lo que era verde, amarillo o rojo, el intendente con la Cámara de Comercio decía todo al revés porque, según ellos, era económicamente inviable. El intendente actual dijo a la prensa que esa ley era peor que el volcán. La Ley de Bosques es una ley que cuida el bosque. Nosotros vivimos del bosque. Nadie va a venir acá si fueran casitas sin bosques. Pero ahora, según esta nueva resolución del ministro, hay 90 días de plazo para cambiar el mapa. Se supone que esta ley original fue presentada por el gobernador en la Legislatura, votada por unanimidad, y no puede salir un ministro a decir algo en contra de la ley. De todos modos, el intendente ya convocó, pero solamente a las cámaras que quieren que todo sea blanco, a los que quieren que no haya bosques. Si arriba, en la ladera de la montaña, lo hacen blanco, se nos viene encima todo, es la ley de la física. Si sacás el bosque, lo que pongas, se cae. Esa va a ser la puja de ahora en adelante.
–¿Cuándo llegó a la Villa?
–En septiembre del ’90
.
–¿Desde Buenos Aires?
–Yo vivía en Olivos, trabajaba como psicóloga y cuando fue la crisis del ’89 me volví loca. La gente empezó a rodear las casas con rejas y yo pensé que no quería vivir rodeada de rejas, y tomé la decisión de venir a Villa La Angostura a poner una casa de té. Fue con la hiperinflación, cuando empezó Menem. Yo tenía una casa linda sin rejas. Una compañera de trabajo era dueña de este terreno y otra compañera sabía hacer las tortas. Trabajábamos en un centro de prevención del uso indebido de drogas de la Municipalidad de Vicente López, y además tenía un consultorio privado. En esa época se dieron los saqueos, la guerra de pobres contra pobres. Y yo encima vivía cerca de la quinta presidencial, así que me lo cruzaba a Carlos Menem. Una vez me saludó y yo casi me muero, me resultó muy chocante. Soy porteña y viví toda mi vida en Buenos Aires, amaba a Buenos Aires. Ya había sido bastante difícil vivir allí durante la dictadura, y tener que soportar algo como el menemismo me parecía demasiado. Empecé a sentir que la ciudad ya no me pertenecía. Se me ocurrió que Neuquén era un buen lugar, siempre fui una enamorada de la Cordillera y se me ocurrió que podía vivir aquí.
–¿Por qué Villa La Angostura?
–Yo quería un lugar bien chiquito, pero no tengo muy claro por qué elegí la Villa. Llegué a una reunión de mi trabajo y dije: “Quiero ir a Villa La Angostura”. Podría haber dicho otra cosa, pero se alinearon los planetas porque se dio que una compañera tenía el terreno acá y la otra sabía el negocio de las tortas.
–Hay muchas personas en la zona que vinieron de una forma parecida.
–Se llama migración de amenidad. Es como ese personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa. Después, los científicos dijeron que se llama “migración de amenidad”. Es un proceso que están estudiando en Europa. Acá vino un español a hacernos entrevistas, porque también es un fenómeno que se da mucho en España. La gente de Europa del Norte, alemanes y escandinavos, se va a vivir a la costa de España, y acá pasa mucho. Este pueblo está lleno de gente de Buenos Aires y de otras ciudades grandes. Cuando yo vine había 3 mil personas, de las cuales 500 debían ser locales, porque el resto ya había llegado en una migración anterior. Actualmente hay más de 30 mil habitantes.
–¿Y la casa de té empezó a funcionar enseguida?
–Esto es una casa prefabricada. La hice traer desde Buenos Aires. Tiene más de 20 años y está fantástica. Esto era un baldío con frutillas y abrojos, porque por aquí antes pasaba el lecho de un río. Al principio estaba muy cansada, trabajé también como psicóloga.
–¿No se aburría?
–No, para nada, había mucha más nieve que ahora y no había gas. Era complicado todo a querosén y leña. Yo tenía dos hijos grandes que ya vivían solos. Mi hija más chica primero iba a venir conmigo y al final desistió. Ahora vienen de vacaciones.
–¿Y cómo fueron surgiendo los temas ambientales?
–Cuando conocí la Cordillera, el bosque, quedé enloquecida. La primera vez que vine fue cuando tenía 16 años con un campamento de la Facultad de Química, en el año ’58. Vinieron como 100 personas al campamento. Aunque me interesaba mucho el tema, recién empecé a meterme en serio cuando se hicieron unas jornadas de concientización turística. Eran profesoras del secundario que habían hecho una encuesta preguntando sobre el tema del turismo, y ahí empezamos a armar algo juntas. Armamos un grupo que se llamaba Yungüé, que quiere decir “hermoso lugar”. Fue en el año ’94. Eramos un grupo de mujeres.
–Ya se planteaban el tema ambiental.
–Era para eso. Ahora miro para atrás y no puedo creer las cosas que hicimos. Armamos una Expovilla en el secundario. Invitamos gente de todos lados, del Bolsón, de Epuyén, traían chicos de la escuela. Hubo proyecciones, diapositivas, charlas, llenamos toda la avenida de carteles. Pintamos bolsas de papa de verde y las colgamos de los mástiles, marcando el camino hacia la escuela. Vino gente de todas partes a plantear las problemáticas y a contar lo que hacían.
–¿Y qué tipo de problemáticas planteaban?
–Básicamente el cuidado del bosque. El de Epuyén era un señor del proyecto Lemu que se dedicó a cuidar el bosque. Estaba la gente de Bariloche. Recién se había inaugurado la planta de residuos cloacales de Bariloche. A nosotros ya nos interesaba que se hiciera una planta similar acá. Todavía no la tenemos. Los residuos cloacales van a pozo negro, pero de allí, por las napas subterráneas, terminan en el lago. Sobre todo en los grandes emprendimientos hoteleros. Hay grandes centros turísticos que tienen. Ya hay once plantas de tratamiento en centros hoteleros, pero Cerro Bayo, todo el centro de esquí, no tiene y los desechos van al arroyo. Dicen que no las pueden hacer funcionar por la estacionalidad, por el frío. Pero yo no me imagino Aspen, por ejemplo, sin su planta de tratamientos cloacales. De alguna forma los harán funcionar. San Martín de los Andes tiene. Los mapuches que estaban al pie de la montaña un día cortaron la ruta y nadie se podía subir al Chapelco si no ponían la planta, y al final la provincia la puso.
–¿Los pueblos originarios participan en esta problemática?
–Cada tanto hacemos un foro en defensa del bosque de Villa La Angostura, y vienen los mapuches de acá y otros del Norte. La asamblea ya tiene sus años. Es algo que se viene trabajando en forma constante ya desde los años ’90.
–Y ahora es el tema de la circunvalación.
–Actualmente, por el centro de la Villa pasan cerca de cien grandes camiones por día, que es el tránsito que viene de Chile. En su mayoría son camiones que salen y vuelven a entrar a Chile. Solamente pasan a la Argentina para aprovechar las rutas, que son mejores y además no pagan peaje. La idea de la ruta de circunvalación es buena, hacer un camino para que pasen por atrás del pueblo. En Bariloche hay una ruta de este tipo, pero allí es una ruta común, de dos vías, que pega toda la vuelta por la parte de la estepa y se va hacia El Bolsón. La de acá serían 6 kilómetros que arrancan después del puente del Correntoso. Iría bordeando el pie del cerro.
–Pero, ¿ustedes querían que se haga un camino de circunvalación?
–Sí, una calle normal, pero el proyecto que presentaron tiene cuatro vías, además de las dos colectoras. Imaginate todo el bosque que tienen que sacar para hacer esto. No tiene sentido hacerlo tan ancho cuando empieza en un puente de dos vías y termina en otra ruta que tiene dos vías. Huele a negocio de la construcción. En vez de rotondas, que es lo que normalmente se hace, iban a hacer puentes para los vehículos que van a destinos diferentes. Pero no estaba proyectada ninguna forma de conectar al pueblo, que queda separado por la ruta. No hay paso para peatones. Este proyecto lo impulsa Vialidad Nacional.
–¿A ustedes no les dicen que están en contra del progreso?
–Claro, siempre; nosotros somos los del “no”. Pero nosotros decimos que eso no es progreso porque el verdadero progreso tiene que ser sustentable. Acá las rutas se caen. Se cayó la de Chile y se cayó la de San Martín de los Andes dos o tres veces porque es arena volcánica y cuando sacan el bosque, queda la arena suelta. También se cayó alguna vez la de Cerro Bayo.
–Pero la Villa pegó un salto grande de crecimiento cuando se asfaltó la ruta.
–Y cuando se puso el gas. Fue un progreso razonable, le dio un desarrollo turístico y casi enseguida empieza el gran boom de 2001, la crisis de Buenos Aires. Corralito de por medio, empezaron a venir. Se abrieron cabañas. Hosterías, hotelitos y después el gran boom de la construcción. Todavía no tenemos luz, no estamos conectados. Los generadores de la Villa están al límite. Cuando se pincha uno, se cae la luz. Ahora están pasando un cable con un interconectado desde Bariloche.
–Con el problema de los bosques y el desarrollo urbano surgen los problemas de tenencia y propiedad de la tierra. ¿La comunidad mapuche participa en estos movimientos?
–La comunidad mapuche local está pidiendo ya desde hace mucho que se haga el relevamiento, el estudio de los títulos. Hay mucha gente que compró de manera turbia. Acá, la comunidad se llama Paichil Antriau. Había un Antriau que vendió por su cuenta, pero era una sucesión. Le compraron por dos pesos. De una escritura mal hecha, uno vende a otro, a otro y así hasta que se pierde el origen trucho de las escrituras. Ellos están pidiendo que se haga un estudio de los títulos de propiedad. La zona donde quieren hacer el golf tiene una parte que es el polo industrial, que es plana y está bastante urbanizada, está talada, tiene agua y luz. Es una tierra que alquila la compañía que hizo la ruta a San Martín de los Andes y que es perfectamente urbanizable. Son 23 hectáreas donde se podrían hacer viviendas sociales. Pero eso también está en disputa. Ahora apareció el dueño de Cerro Bayo, este señor de los casinos de San Luis para decir que canjea esa tierra por otra para hacer las viviendas sociales. Pero no está medido, ni tasado, y hay una ordenanza que desaprueba el canje en el aire. Nosotros pusimos un recurso de amparo. Ellos quieren urbanizar ya y, a cambio, buena parte de los terrenos que quieren dar para vivienda social es mayín, o sea terrenos bajos, y otra parte que reclaman los mapuches.
–¿La ruta de circunvalación forma parte de la idea del camino bioceánico?
–El camino bioceánico es otro problema. Son rutas que pagan los gobiernos con préstamos del BID. Se trata de habilitar las rutas necesarias para sacar petróleo, soja, minerales. Desde Río Negro empezaron a hablar de esta ruta. Desde Neuquén no dicen nada. Pero hay un comité que se dedica a gestionar que éste sea un bioceánico. Nosotros planteamos que los camiones tienen que pasar por Pino Hachado y que éste tiene que ser un polo turístico. Pero eso hay que trabajarlo a nivel provincial y nacional. Han dicho de todo de nosotros: que somos egoístas, que frente al progreso no importa un pueblito de 10 mil personas. Los de Zapala quieren que la ruta pase por ahí. Hay un concejal que está trabajando para hacer una circunvalación y que los camiones no pasen por dentro de la ciudad. Ellos tendrían el ferrocarril de Bahía a Zapala. Aquí hay otro tren que va de Viedma a Bariloche. Podrían usar estos trenes y no haría falta ningún camino. Esta es una ruta que se diseñó hace 40 años para otro tipo de camiones, ahora son estos camiones inmensos. La ruta está destruida porque pasan 100 camiones por día por acá.
–¿Los vecinos de Zapala están de acuerdo con que la ruta pase por allí?
–Sí, es una ciudad grande que no tiene industria y el comercio está mal. Para ellos, que un camionero cambie una goma y se coma un sandwich es bueno; a nosotros nos desarma el pueblo. Ahora pasan por la Villa 100 camiones por día. Si se arma la ruta bioceánica, estamos calculando que serán 700 camiones por día. La mina de hierro de Sierra Grande necesita sacar por acá lo que produce, porque la vía marítima desde San Antonio por el Atlántico les resulta muy cara. Les sale más barato comprar una flota de camiones y sacarla por el Pacífico.
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