Huertos en tierra de nadie para subsistir en tiempos de crisis
Ese lugar, en unos terrenos que ninguna administración considera como propios, se asoma al puente de la SE-30 que une Sevilla y Camas. Ahí, en una antigua escombrera y donde se levantaba un campamento rumano, crecen ahora las frutas y verduras que dan de comer a aproximadamente una treintena de familias.
Lo que a vista de pájaro podrían parecer chabolas construidas de cualquier manera no son sino pequeñas casetillas habilitadas para las azadas, los rastrillos, el abono y el mantillo.
Dani es un joven desahuciado de su domicilio, al que el banco le ha aceptado la casa en dación en pago tras pagar 90.000 euros, dice que es mejor trabajar la tierra con la azada que dar golpes con la cabeza a los muros de casa. Es una filosofía que inunda a la mayor parte de las personas que componen esta particular comunidad de vecinos, casi todos procedentes de la localidad de Camas. Padre de dos hijos y amante de la naturaleza, Dani acaba de conseguir un contrato en precario con una cadena de supermercados. "A ver si le gusto al jefe y la cosa se alarga", apunta entre deseo e ironía.
La imponente Torre Pelli contrasta con la apariencia endeble de las decenas de
huertos y casetas de aperos, construidos básicamente con vallas y redes de obra, maderas y otras chatarras. El premio para sus dueños, recoger el fruto. "Ahí vengo, de llevarle dos kilitos de tomate a mi madre", relata uno de estos agricultores por necesidad.
"Allí vivía el Sergio Ramos, que jugó con mi hijo en infantiles", comenta Carlos señalando un edificio de viviendas de Camas mientras mima sus aún pequeñas sandías y melones. El año que viene se prejubila. Vive con una ayuda familiar de poco más de 400 euros. "Está la cosa precaria, precaria". Lleva tres años en
paro después de pasar por varios negocios y montar incluso su propia tienda. "Me creí el rey del mambo", recuerda.
La historia de Juan es la de muchos de sus vecinos. Reparte ayuda y consejos a partes iguales. La bandera nacional que asoma al fondo es la única que queda en pie en el lugar. Una republicana que ondeaba sobre una de las casetas, en pleno debate en la sociedad española, fue retirada por temor a alguna represalia, comentan los lugareños.
Santiago tiene 20 años pero habla como si tuviera el doble. En casa son cinco y todos están en
paro. "No va a estar bonito el huerto si soy jardinero", señala mientras riega el huerto de su padre, tanto como suyo. Con peonadas de 7h a 19h, dice sin complejos que "yo prefiero estar aquí a estar en la calle, que está llena de golfos".
Cada cual levanta su huerto y le da su particular estética. Casi todos los lugareños coinciden en que se trata simpleme nte de una opción para poder llevarse a la boca frutas y verduras con las que les premia la tierra. Les sirve de reto tanto como de necesidad y también, reconocen, de distracción en tiempos mentalmente complicados.
Una salida de agua del río Guadalquivir es la que da de beber a las tierras. Ahora, cuando aprieta el calor, se hace vital. Los
huertos más próximos a este pequeño pozo son los más valorados, donde los vecinos se afanan, a mano o a bomba, sacando líquido. Algunos de ellos han instalado incluso sistemas de goteo para no tener que estar tan pendiente del riego.
La estética de las casetillas y los
huertos son de lo más variopinto. La antigua escombrera y la variedad de objetos inservibles desechados ha despertado la creatividad de muchos. Hasta una placa de "feliz cumpleaños" cuelga del somier que hace las veces de puerta de entrada a uno de los huertos. Este angelito es otro ejemplo.
Perros, caballos, gallinas, palomos... La fauna también es bastante variada en este lugar. Entre algunos escombros cercanos y pasto, además de cuidar de los
huertos, estas personas también cuentan con animales a los que les dan su espacio. "El que no quiera un palomo que me lo dé a mí", señala José María, cuya pasión le hace desvivirse porque sus palomos y sus gallinas tengan siempre algo que comer.
Cada cual se ha buscado su pequeña parcela y ha plantado las frutas o verduras que ha creído oportuno. Las horas se hacen largas al trabajar la tierra, pero la mayoría de ellos está encantado con su labor y su esfuerzo ante la necesidad a la que les ha llevado la
crisis y el paro.
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Lo que a vista de pájaro podrían parecer chabolas construidas de cualquier manera no son sino pequeñas casetillas habilitadas para las azadas, los rastrillos, el abono y el mantillo.
Dani es un joven desahuciado de su domicilio, al que el banco le ha aceptado la casa en dación en pago tras pagar 90.000 euros, dice que es mejor trabajar la tierra con la azada que dar golpes con la cabeza a los muros de casa. Es una filosofía que inunda a la mayor parte de las personas que componen esta particular comunidad de vecinos, casi todos procedentes de la localidad de Camas. Padre de dos hijos y amante de la naturaleza, Dani acaba de conseguir un contrato en precario con una cadena de supermercados. "A ver si le gusto al jefe y la cosa se alarga", apunta entre deseo e ironía.
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