Patricia Isabel Roccatagliata
Reflexiones ante el BICENTENARIO
Ambiente, territorio y pueblo
Por Ing. Agr. Liliana Russo
La apropiación del territorio ha sido históricamente la causa y el resultado de controversias, luchas y guerras en la humanidad. El concepto de propiedad de la tierra, icono del ambiente si los hay, ha sido y es discutido actualmente como un derecho de algunos por sobre el derecho de otros.
Esa apropiación ha venido ocurriendo en nuestro continente desde que desembarcaron en él los conquistadores
Hoy a cercanos a cumplir 200 años de vida nuestro país alberga comunidades aborígenes que, despojadas de sus antiguos territorios, ven peligrar su supervivencia sumergidas en la pobreza y la desintegración cultural y ambiental
El territorio en que solían vivir ha sido apropiado y transformado por otras culturas y otros intereses. La madre naturaleza, la hermana tierra, el padre sol, ya no son respetados por los nuevos ocupantes. El bosque desaparece bajo la potencia de cadenas y topadoras y se transforma en espejitos de colores que proponen oro verde y tierra muerta.
Despojados de sus tierras algunos se acercan a las ciudades, son nuevos inmigrantes y esperan ser tratados como se ha tratado a otros en otros tiempos, aquellos otros inmigrantes con extraños nombres difíciles de pronunciar que lucían rubias cabelleras y que con aires de corona destruían el bosque para llevarse el tanino sobre durmientes de quebracho y sudor indígena y criollo. Esas ciudades no les dan espacio y en suburbios que emergen sobre rellenos de basura intentan vivir como allá en su tierra.... y son desalojados una y otra vez tantas como sea necesario para que se adapten al sistema propuesto por una sociedad que olvida ser descendiente de los barcos...
El territorio es el que fusiona la geografía con sus habitantes y con las relaciones que vinculan a los habitantes entre sí y con esa geografía, por esa razón, entre otras, es siempre tan fuerte el apego al “terruño”, ya que no constituye solo un concepto espacial, es también una construcción social que lleva implícitos la historia de esas relaciones y el destino de quienes allí habitan.
Cuando el deterioro ambiental del territorio comienza a minimizar las posibilidades de desarrollo de las comunidades que lo habitan aparecen conflictos hacia adentro y hacia fuera del territorio involucrando finalmente a toda una región.
La ocupación y el uso de la tierra implican siempre un cierto grado de propiedad, indefectiblemente, temporal medido el tiempo en términos históricos. Sin embargo en ciertas circunstancias el concepto del territorio parece ser olvidado a modo de ejemplo podemos pensar qué sucede cuando en las playas la gente determina, ya al ingresar, cuál es la mejor ubicación para sus intereses y gustos, entre los que se pueden incluir algunos de tal importancia estratégica como distancia al mar, estado de humedad de la arena para clavar la sombrilla, superficie destinada para desplegar los, casi siempre, innumerables bártulos, o sentido y dirección en los que extenderá sus lonas o esterillas, no considera jamás su condición de intruso en la propiedad privada de nadie.
Esto es debido a un concepto cultural incorporado en las mentes de los turistas sobre la propiedad privada de la tierra, la arena, que modifican indefectiblemente cuando regresan a la vida habitual en su lugar de origen. Allí los límites son bien claros y la defensa de la propiedad privada es su bandera de lucha cotidiana.
¿Qué es lo que hace que familias enteras, descendiendo de costosos vehículos o de proletarios micros compartan, buena parte del día a medio metro de distancia, su desnudez, sus juegos, lecturas, sus miradas ausentes al mar , o a otros turistas que caminan, desfilan, incesantes a la vera del mar? ¿Qué condición permite semejante grado de aceptación del otro, de sus necesidades, gustos, y ocupación de territorio sin cuestionamientos ideológicos sobre la propiedad de la tierra? ¿Qué hace que vivan con normalidad la convivencia casi promiscua con cierto tipo de personas con las que probablemente no cruzan una palabra, ni la cruzarán jamás?
Más allá del concepto, universalmente sostenido, de que la playa es de todos, no se puede ignorar que muchos consideran a las “cosas de todos” pasibles de ser apropiadas, usufructuando derechos sobre las mismas, aun más haciendo de esto último su modo de vida, ese que les permite llegar a las playas que compartirán, en muchos casos, con quienes tributan todo el año por aquel usufructo.
Ese concepto de que la playa es de todos no puede extrapolarse a otro, más lógico según mi propio entender, en el que se admita que “la tierra es de todos”, porque este último criterio lleva implícito el cuestionamiento al derecho de unos pocos, aceptado por casi todos, por sobre el derecho de muchos.
Otra de las cuestiones que hacen que se admitan las promiscuidades señaladas más arriba, es la actitud con la que se vive en las playas, en general, las personas se encuentran menos estresadas, se sienten más liberadas de los prejuicios urbanos y podría decirse casi felices.
Las personas felices reaccionan de manera diferente a los acontecimientos… nunca se ha sabido, y si se sabe, por favor hágamelo conocer, que una persona feliz haya asesinado a alguien, o haya robado o haya cometido un delito. Esto seguramente tendrá razones fisiológicas, como niveles adecuados de endorfinas, satisfacción alimentaria y/o sexual , tendrá también razones psicológicas con innumerables variables, que no viene al caso aquí describir , y toda una gama de razones que hacen que uno esté feliz …o casi.
Puestas en consideración estas dos variables; un concepto universal sobre la propiedad del suelo, la playa, que permite una convivencia pacífica, tolerante de la diversidad y una sensación o estado de felicidad, que se traduce en una actitud relajada… cabe preguntarse ¿qué hace que la humanidad, la sociedad, la comunidad, el barrio sean incapaces de vivir sin conflictos, sin violencia, sin guerras por recursos que son de todos?
La no satisfacción de las necesidades básicas crea, como todos saben infelicidad, y es siempre el resultado de la apropiación de los recursos propios por parte de terceros.
La apropiación del territorio, una constante en América Latina y en nuestro país genera crisis sociales y ambientales que derivan en la infelicidad de los pueblos, esto no trae otra cosa que nuevas crisis y mayor deterioro ambiental, en una nefasta espiral en la que se tolera la injusticia de la inequidad y el despojo.
Siempre ha habido una relación entre guerra y medio ambiente. Hace 5.000 años, durante los primeros conflictos entre ciudades de la Mesopotamia, se demolían los diques para inundar las tierras enemigas.
En la actualidad, ya casi nadie niega la importancia de la cuestión ambiental y que su presencia en las discusiones políticas y económicas del mundo es cada vez más fuerte.
Los conflictos entre países, naciones, estados responden casi inexorablemente a la disputa por el poder de control de los recursos, por la apropiación, explotación, y dominio de los mismos. Asumiendo la definición de la Real Academia Española los recursos son el “conjunto de elementos disponibles para resolver una necesidad o llevar a cabo una empresa. Recursos naturales, hidráulicos, forestales, económicos, humanos”
Si nos referimos a los recursos naturales el control sobre los mismos implica la posibilidad cierta de su explotación, que, citando nuevamente a la Real academia significa “Utilizar en provecho propio, por lo general de un modo abusivo, las cualidades o sentimientos de una persona, de un suceso o de una circunstancia”.Esa explotación es fuente a su vez de mayor poder tanto económico como estratégico pero también de conflictos en los que siempre salen perjudicados los más débiles ya que, como se sabe, para desatar, sostener y salir victorioso de un conflicto es necesario tener el poder.
En el caso de nuestros bosques que desaparecen frente a los monocultivos que destruyen el suelo a partir de la aplicación de las tecnologías que ofrece una ciencia subordinada al poder, se perfila una espiral nefasta que se inicia con la apropiación de la tierra, continúa con la generación de conflictos sociales, y con la necesidad de aspirar a poseer nuevos recursos para compensar la pérdida de su propio valor y la escasa “rentabilidad” que se obtiene luego de su degradación , esto parecería no tener fin .
Visto así podría pensarse en una espiral lineal que conlleva a una destrucción total del ser humano en el planeta, o en una espiral espiralada en expansión múltiple lo que nos dejaría sin ninguna alternativa ya que un conflicto lleva a otro u otros y demanda como los antiguos dioses, más víctimas, más recursos.
Una buena manera de conmemorar el Bicentenario sería desarticular esa espiral nefasta replanteándonos el concepto de la propiedad sobre los recursos naturales, preguntándonos por ejemplo ¿A quién estaríamos dispuestos de otorgarle la propiedad del recurso aire? y en esa misma línea pensar si lo que respondemos inmediatamente con respecto al aire no es lo que deberíamos aceptar con respecto al suelo y al agua. Somos parte de la naturaleza, no somos los dueños.
Ing.Agr. Liliana Russo
lirusso@ciudad.com.ar
Ambiente, territorio y pueblo
Por Ing. Agr. Liliana Russo
La apropiación del territorio ha sido históricamente la causa y el resultado de controversias, luchas y guerras en la humanidad. El concepto de propiedad de la tierra, icono del ambiente si los hay, ha sido y es discutido actualmente como un derecho de algunos por sobre el derecho de otros.
Esa apropiación ha venido ocurriendo en nuestro continente desde que desembarcaron en él los conquistadores
Hoy a cercanos a cumplir 200 años de vida nuestro país alberga comunidades aborígenes que, despojadas de sus antiguos territorios, ven peligrar su supervivencia sumergidas en la pobreza y la desintegración cultural y ambiental
El territorio en que solían vivir ha sido apropiado y transformado por otras culturas y otros intereses. La madre naturaleza, la hermana tierra, el padre sol, ya no son respetados por los nuevos ocupantes. El bosque desaparece bajo la potencia de cadenas y topadoras y se transforma en espejitos de colores que proponen oro verde y tierra muerta.
Despojados de sus tierras algunos se acercan a las ciudades, son nuevos inmigrantes y esperan ser tratados como se ha tratado a otros en otros tiempos, aquellos otros inmigrantes con extraños nombres difíciles de pronunciar que lucían rubias cabelleras y que con aires de corona destruían el bosque para llevarse el tanino sobre durmientes de quebracho y sudor indígena y criollo. Esas ciudades no les dan espacio y en suburbios que emergen sobre rellenos de basura intentan vivir como allá en su tierra.... y son desalojados una y otra vez tantas como sea necesario para que se adapten al sistema propuesto por una sociedad que olvida ser descendiente de los barcos...
El territorio es el que fusiona la geografía con sus habitantes y con las relaciones que vinculan a los habitantes entre sí y con esa geografía, por esa razón, entre otras, es siempre tan fuerte el apego al “terruño”, ya que no constituye solo un concepto espacial, es también una construcción social que lleva implícitos la historia de esas relaciones y el destino de quienes allí habitan.
Cuando el deterioro ambiental del territorio comienza a minimizar las posibilidades de desarrollo de las comunidades que lo habitan aparecen conflictos hacia adentro y hacia fuera del territorio involucrando finalmente a toda una región.
La ocupación y el uso de la tierra implican siempre un cierto grado de propiedad, indefectiblemente, temporal medido el tiempo en términos históricos. Sin embargo en ciertas circunstancias el concepto del territorio parece ser olvidado a modo de ejemplo podemos pensar qué sucede cuando en las playas la gente determina, ya al ingresar, cuál es la mejor ubicación para sus intereses y gustos, entre los que se pueden incluir algunos de tal importancia estratégica como distancia al mar, estado de humedad de la arena para clavar la sombrilla, superficie destinada para desplegar los, casi siempre, innumerables bártulos, o sentido y dirección en los que extenderá sus lonas o esterillas, no considera jamás su condición de intruso en la propiedad privada de nadie.
Esto es debido a un concepto cultural incorporado en las mentes de los turistas sobre la propiedad privada de la tierra, la arena, que modifican indefectiblemente cuando regresan a la vida habitual en su lugar de origen. Allí los límites son bien claros y la defensa de la propiedad privada es su bandera de lucha cotidiana.
¿Qué es lo que hace que familias enteras, descendiendo de costosos vehículos o de proletarios micros compartan, buena parte del día a medio metro de distancia, su desnudez, sus juegos, lecturas, sus miradas ausentes al mar , o a otros turistas que caminan, desfilan, incesantes a la vera del mar? ¿Qué condición permite semejante grado de aceptación del otro, de sus necesidades, gustos, y ocupación de territorio sin cuestionamientos ideológicos sobre la propiedad de la tierra? ¿Qué hace que vivan con normalidad la convivencia casi promiscua con cierto tipo de personas con las que probablemente no cruzan una palabra, ni la cruzarán jamás?
Más allá del concepto, universalmente sostenido, de que la playa es de todos, no se puede ignorar que muchos consideran a las “cosas de todos” pasibles de ser apropiadas, usufructuando derechos sobre las mismas, aun más haciendo de esto último su modo de vida, ese que les permite llegar a las playas que compartirán, en muchos casos, con quienes tributan todo el año por aquel usufructo.
Ese concepto de que la playa es de todos no puede extrapolarse a otro, más lógico según mi propio entender, en el que se admita que “la tierra es de todos”, porque este último criterio lleva implícito el cuestionamiento al derecho de unos pocos, aceptado por casi todos, por sobre el derecho de muchos.
Otra de las cuestiones que hacen que se admitan las promiscuidades señaladas más arriba, es la actitud con la que se vive en las playas, en general, las personas se encuentran menos estresadas, se sienten más liberadas de los prejuicios urbanos y podría decirse casi felices.
Las personas felices reaccionan de manera diferente a los acontecimientos… nunca se ha sabido, y si se sabe, por favor hágamelo conocer, que una persona feliz haya asesinado a alguien, o haya robado o haya cometido un delito. Esto seguramente tendrá razones fisiológicas, como niveles adecuados de endorfinas, satisfacción alimentaria y/o sexual , tendrá también razones psicológicas con innumerables variables, que no viene al caso aquí describir , y toda una gama de razones que hacen que uno esté feliz …o casi.
Puestas en consideración estas dos variables; un concepto universal sobre la propiedad del suelo, la playa, que permite una convivencia pacífica, tolerante de la diversidad y una sensación o estado de felicidad, que se traduce en una actitud relajada… cabe preguntarse ¿qué hace que la humanidad, la sociedad, la comunidad, el barrio sean incapaces de vivir sin conflictos, sin violencia, sin guerras por recursos que son de todos?
La no satisfacción de las necesidades básicas crea, como todos saben infelicidad, y es siempre el resultado de la apropiación de los recursos propios por parte de terceros.
La apropiación del territorio, una constante en América Latina y en nuestro país genera crisis sociales y ambientales que derivan en la infelicidad de los pueblos, esto no trae otra cosa que nuevas crisis y mayor deterioro ambiental, en una nefasta espiral en la que se tolera la injusticia de la inequidad y el despojo.
Siempre ha habido una relación entre guerra y medio ambiente. Hace 5.000 años, durante los primeros conflictos entre ciudades de la Mesopotamia, se demolían los diques para inundar las tierras enemigas.
En la actualidad, ya casi nadie niega la importancia de la cuestión ambiental y que su presencia en las discusiones políticas y económicas del mundo es cada vez más fuerte.
Los conflictos entre países, naciones, estados responden casi inexorablemente a la disputa por el poder de control de los recursos, por la apropiación, explotación, y dominio de los mismos. Asumiendo la definición de la Real Academia Española los recursos son el “conjunto de elementos disponibles para resolver una necesidad o llevar a cabo una empresa. Recursos naturales, hidráulicos, forestales, económicos, humanos”
Si nos referimos a los recursos naturales el control sobre los mismos implica la posibilidad cierta de su explotación, que, citando nuevamente a la Real academia significa “Utilizar en provecho propio, por lo general de un modo abusivo, las cualidades o sentimientos de una persona, de un suceso o de una circunstancia”.Esa explotación es fuente a su vez de mayor poder tanto económico como estratégico pero también de conflictos en los que siempre salen perjudicados los más débiles ya que, como se sabe, para desatar, sostener y salir victorioso de un conflicto es necesario tener el poder.
En el caso de nuestros bosques que desaparecen frente a los monocultivos que destruyen el suelo a partir de la aplicación de las tecnologías que ofrece una ciencia subordinada al poder, se perfila una espiral nefasta que se inicia con la apropiación de la tierra, continúa con la generación de conflictos sociales, y con la necesidad de aspirar a poseer nuevos recursos para compensar la pérdida de su propio valor y la escasa “rentabilidad” que se obtiene luego de su degradación , esto parecería no tener fin .
Visto así podría pensarse en una espiral lineal que conlleva a una destrucción total del ser humano en el planeta, o en una espiral espiralada en expansión múltiple lo que nos dejaría sin ninguna alternativa ya que un conflicto lleva a otro u otros y demanda como los antiguos dioses, más víctimas, más recursos.
Una buena manera de conmemorar el Bicentenario sería desarticular esa espiral nefasta replanteándonos el concepto de la propiedad sobre los recursos naturales, preguntándonos por ejemplo ¿A quién estaríamos dispuestos de otorgarle la propiedad del recurso aire? y en esa misma línea pensar si lo que respondemos inmediatamente con respecto al aire no es lo que deberíamos aceptar con respecto al suelo y al agua. Somos parte de la naturaleza, no somos los dueños.
Ing.Agr. Liliana Russo
lirusso@ciudad.com.ar
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