LUNES, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2014
Bienes comunes y modelo productivo: La industria del mal comer
Ignacio Rodríguez (ATE - ACTA)
Su primer libro de no ficción se convirtió en un boom editorial y la catapultó a la fama. Sin embargo, no fue sólo su ágil y ameno estilo de escritura lo que cautivó a los miles de lectores que devoraron “Malcomidos”.
La clave de su éxito es que metió el dedo en la llaga. A través de una minuciosa investigación que le demandó más de dos años, Soledad Barruti realizó una radiografía sobre el modo en que se producen los alimentos en la actualidad. Desde la expansión sojera de la mano del glifosato hasta la cría de vacas y cerdos en feedlots, desde el uso de pesticidas a la producción masiva de pollos y huevos, Barruti explica como todo esto es parte de un mismo sistema industrial a escala.
El Trabajador del Estado habló con ella para entender cómo es que “la industria alimentaria argentina nos está matando”.
-¿Cómo empezó la idea del libro?
- Yo venía recopilando información. Me interesaba analizar la construcción del mundo alrededor de la comida, de la comida que va a faltar, la superpoblación y cómo se alimenta a los seres humanos. Me preocupaba cómo es el trazado del planeta, desde el suelo hasta la conformación de las sociedades. Pensaba en que los alimentos están teñidos de muchas sospechas y eso me resultaba abrumador y a la vez me despertaba mucha curiosidad. Primero me planteé qué hacer con toda esa información que empezaba a tener, que me servía para mí pero con la cual no estaba haciendo nada. A través de esa curiosidad desde lo cultural, los libros, las películas y las notas que fui publicando en el suplemento Radar de Página/12 fue que apareció la idea de escribir un libro.
-¿Qué descubriste a lo largo de tu investigación?
- Pensaba que la industrialización de la comida en Argentina era algo que estaba en sus comienzos, no imagina que era un proceso tan rotundo. Y ver que ya estamos completamente enterrados en esa idea de producción de alimentos que se parecen cada vez menos a la comida me sorprendió mucho y me desalentó. Lo que más me impactó y me resultó deprimente fue esa entrega completa del país, como territorio, para fomentar una idea de comida global que a nosotros nos tiene como objetos absolutamente prescindentes. Hoy producimos comida para que coman animales en China. Cuando entendí eso me pareció lamentable. Porque las personas son prescindentes, los espacios son prescindentes, la cultura es prescindente.
-En tu libro discutís la idea de que esta forma de producir comida es necesaria porque hay que alimentar a una población cada vez más grande.
- Es que no es alimentar. Cuando vos pensás las ideas en torno a la comida de hace algunos años atrás, salvo en Argentina que siempre fue un país carnívoro, no existía esta tendencia de consumismo de productos animales. La idea de alimentar a la población mundial con un exceso de consumo de proteínas de origen animal es novedosa. Además, hoy el campo está pensado para alimentarse así mismo en forma de agro combustibles y para alimentar a los animales de consumo. Esto representa un gran negocio, que consiste en producir serialmente, para miles de millones de personas en China y en India. Pero estamos lejos de ser un país que está produciendo alimentos. No estamos produciendo comida suficiente para nuestra población. Los alimentos en nuestro país son cada vez más caros, cada vez más escasos en su variedad, cada vez más iguales.
-¿Qué sucede con las agencias estatales en materia de regulación y control?
- Para mí hay una ausencia total del Estado, que es funcional a que las cosas sean del modo que son. Por ejemplo, tenés inspectores del SENASA que todos los meses visitan los mismos campos, que se sientan a comer con el productor agropecuario y que, una vez cada tanto, pasan a buscar la bolsita de muestra de comestible del feedlot, o que no pasan nunca. Hay corrupción, pero también falta de personal. El SENASA está desbordado en las misiones que se le ponen y no puede cumplir ninguna.
-Aun así te encontraste con casos heroicos de trabajadores comprometidos con su tarea.
- Sin duda, y son los que te dan esperanza. Tanto técnicos como profesionales dentro del INTA, que es como otro transatlántico gigante en el Estado. Pero también sucede que el Estado, desde las universidades nacionales o desde el INTA, muchas veces recibe apoyo de empresas, lo que termina generando una sociedad. Entonces, si a los científicos, que sabemos que se los ignoró y maltrató, viene SINGENTA y les pone plata para una investigación para desarrollar transgénicos, ¿cómo se controla eso? La ciencia estatal que debería estar abocada a hacer de la vida humana algo mejor termina con científicos trabajando para estas industrias. Pero también están todas esas personas que noblemente y desde una vocación muy profunda hacen lo que pueden desde distintas áreas. Como el caso del policía que quiere hacer su trabajo de controlar los desmontadores en el Chaco y queda como un loco suelto. Y al mismo tiempo es una cosa muy peligrosa, porque una cosa es el que desde su oficina en el INTA adhiere o apuesta a hacer una investigación sobre agroecología, otra idea de ciencia, otra idea de saber, de conocimiento realizado junto con productores familiares y otra cosa es un tipo que están internado en medio del monte. A mí me dio una gran esperanza encontrarme con esa gente. Y después existen muchísimas personas solas, individuos que arman ONGs, grupos de defensa de su río, de sus bosques, del agua. La gente se vuelve activa cuando se da cuenta de que todos somos el Estado y tenemos que empezar actuar de otra manera. No es que cierra esos agujeros, esos cráteres que quedan en el país, pero permite pensar que se puede construir algo diferente.
-¿Qué significa que los alimentos se producen como cualquier otra mercancía?
- La industria alimentaria en sí misma es perversa, tienen sus reglas. En lugar de alimentar a las personas según sus necesidades de nutrientes y calorías, genera necesidades de consumo. Ese cambio hacia el consumo, en este caso de alimentos, hace que seamos personas que comamos más calorías de las que necesitamos y que tengamos necesidades de comida todo el tiempo. Tenemos deseos alrededor de la comida permanentemente generados por publicidades y por mensajes. Estamos atacados igual que lo estamos por publicidades de nuevos televisores y autos. Así se genera esa búsqueda compulsiva por alimentos. El alimento está todo el tiempo como algo que tiene que ser comprado y que tiene que ser vendido y en esa pulseada caen en riesgo todo el tiempo nuestra salud y nuestra nutrición. Esa industria recurre incluso a los mecanismos más viles, a la manipulación de fórmulas dentro de los alimentos para hacer de la comida algo adictivo. Incluso cuando la industria toma conciencia del daño que causa a la salud saca una línea “más saludable” con la idea de que el consumidor elija. Sin embargo las líneas no saludables siguen en el mercado y atacan a segmentos de la población más vulnerables, como los chicos, que no miden sus calorías, y a los que se les genera una compulsión por los alimentos que hace que sean obesos, hipertensos ó diabéticos.
-¿Qué elementos debería tener una ley marco que pretenda empezar a regular todo esto?
- Creo que el proyecto de ley que en su momento armó la diputada Liliana Parada es muy completo. Tal vez habría que enfocar más el tema de la industrialización e ir un poco más allá de pensar la comida solamente desde el origen. Porque está la comida que sale del campo, que es a lo que me referí en el libro, y está la comida envasada, procesada, comida que viene ya hecha, que es la que más consumen las personas. Me sorprende cómo hay cadenas de supermercados que sacaron de la góndola toda una serie de productos frescos y los reemplazaron por envasados y procesados. Cuando ves esa avanzada te das cuenta de que ya todo se está pareciendo a la comida de astronauta.
-¿Es verdad que muchos de nosotros podemos tener pesticidas en nuestra sangre?
- Sí, este problema lo empezó a plantear una ONG de la ciudad de Mar del Plata, que se llama BIOS y que trabaja desde hace muchos años con distintos proyectos ecológicos. Este mismo grupo impulsó un allanamiento en el mercado de frutas y verduras de Mar del Plata donde se encontraron residuos de plaguicidas por encima de lo permitido. Después de eso empezaron a decir que si nosotros nos hiciéramos un análisis encontraríamos residuos de químicos en nuestra sangre. Inspirados en una campaña que se hizo en España, les ofrecieron a los políticos locales hacerse el análisis y ninguno quiso. Entonces se lo hicieron ellos y encontraron que tenían ellos mismos ciertos agroquímicos. Así fue como empezaron a plantear que esto tenía que replicarse en todos lados. Y un bioquímico que se interesó en estos temas trajo los marcadores para detectarlos y empezaron una campaña que se llama “Mala Sangre”, para que todos se hagan el análisis a bajo costo. El punto es que con los resultados no se puede hacer nada, porque básicamente no se sabe qué significa tener agroquímicos en sangre. En Argentina no solamente no hay una ley nacional de agroquímicos sino que no hay inspecciones en los campos. A esto se suma que hay una marginalidad absoluta de los que producen en los cordones frutihortícolas, que viven en condiciones terribles de explotación total y ni siquiera tienen casa.
-¿Qué salidas alternativas existen al actual sistema de producción de alimentos?
- Creo que hay que volver a pensar a las personas como protagonistas de la producción de alimentos. La industria con todas las tecnologías aplicadas a las semillas, a los agroquímicos, y todas esas cosas, hace que las personas sean absolutamente prescindentes de la producción de comida. En muchas provincias de nuestro país las personas viven a expensas de planes sociales del Estado, luego de haber sido expulsadas de sus lugares de origen. Viven y se vuelven objetos de mercado, seres de consumo, que compran cosas que no necesitarían si vivieran de la tierra. Entonces, sin pensar la idea de un campo al que todos quieren volver, lo que pienso es que primero hay que dar garantías a las personas que todavía están en el campo para que se queden, para que vivan de una manera digna. Hoy en día hay un montón de tecnología que se podría incorporar, sobre todo para que no desaparezcan sus saberes, para que puedan profundizar en ellos. Si no, vamos a la monocultura de la mano del monocultivo. Hay que re humanizar todos los procesos, humanizar el proceso de comer, de comprar la comida, de producirla, de encontrar personas alrededor de eso que nos mantiene vivos. En los últimos años hubo cambios muy bruscos y profundos con los que se trató de desmantelar la idea de las personas haciendo comida para personas.
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