Alma de Nogal : Los Chalchaleros

domingo, 13 de marzo de 2011

El Gobierno está mintiendo. Temo que sea otro Chernóbil", asegura Onoda esperando su turno para poner gasolina en una estación de servicio de la autopista de Tohoku.


Técnicos enfundados en trajes aislantes cruzan el perímetro de seguridad y se pierden en el horizonte caminando hacia vehículos todo terreno. Se dirigen hacia el corazón de la central nuclear de Fukushima, el lugar del que todo el mundo trata de alejarse. Japón vive entre el miedo y la incertidumbre su primer éxodo nuclear desde el ataque con bombas atómicas que arrasó las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

Decenas de miles de personas de localidades situadas alrededor de la planta han sido evacuadas, pero incluso los que supuestamente se encuentran fuera de la zona de riesgo tratan de huir. "No sabemos lo que está pasando. El Gobierno está mintiendo. Temo que sea otro Chernóbil", asegura Onoda esperando su turno para poner gasolina en una estación de servicio de la autopista de Tohoku.

Un hombre recorre la línea de coches, de medio kilómetro de largo, izando un cartel en el que ha escrito lo que está dispuesto a pagar por un bidón de combustible: '50.000 yen' (cerca de 500 euros).

El pánico ha aumentado por horas ante las informaciones contradictorias del Gobierno, que horas después de asegurar que tenía la situación controlada admitía la posibilidad de que se hubiera activado un proceso de fusión del núcleo en los reactores 1 y 3 de la central nuclear.

El país se encuentra ahora en el nivel de emergencia cuatro de los siete posibles y los técnicos no descartan que se produzcan nuevas explosiones en el complejo. "Esperamos que si eso sucede los reactores no se vean dañados", decía el portavoz gubernamental Yukio Edano.

Aunque el perímetro de seguridad es de 20 kilómetros, controles policiales impiden ya acercarse a más de 30 kilómetros. Tiendas y edificios públicos se encuentran cerrados y las poblaciones de la zona comienzan a sufrir problemas de abastecimiento de comida y agua.

Ni siquiera los carteles anunciando el 'cierra indefinido' a la entrada de supermercados impide que cientos de personas se agolpen frente a los escaparates con la esperanza de comprar provisiones. "¿Quién sabe cuándo podremos salir de casa? Estoy muy asustada", asegura Junko, una madre de dos hijos que buscaba víveres en un '7-Eleven' con las estanterías completamente vacías.

Radiación

Los niveles de radiación ya han superado el límite de seguridad en los alrededores de la planta nuclear operada por Tokyo Electric Power Co (Tepco) y cerca de 200 personas se encuentran en observación tras haber recibido cantidades no concretadas de radiación.

Tres de los cuatro reactores de la central nuclear han sufrido problemas de refrigeración. Una 'mínima' fuga de cesio radioactivo, el desplome de una de las cápsulas que protegen el reactor número 1 y los incidentes de las últimas horas en el tercero han llevado a expertos internacionales a describir la situación como 'muy seria', en contraste con los intentos del Gobierno de quitar hierro a la crisis.
Las autoridades de varias ciudades cercanas a las plantas han empezado a distribuir medicamentos destinados a paliar los efectos de una hipotética contaminación radioactiva en estaciones de policía y hospitales, muchos de ellos convertidos en refugio para quienes se han quedado sin hogar.

Tezuka nació, creció y ha vivido los últimos 25 años en una pequeña aldea situada a la sombra de la central nuclear. Su reticencia inicial a ser evacuado se convirtió en urgencia cuando escuchó la explosión que el sábado hirió a cuatro trabajadores en el reactor número uno. "El humo lo envolvía todo. Pensamos que no saldríamos con vida", dice antes de subirse a coche en el que iba a ser evacuado a la ciudad de Iwaki, 200 kilómetros al sur.

Mayor magnitud

El terremoto que golpeó la costa este de Japón el pasado viernes, cuya magnitud ha sido revisada hasta una escala de 9, y el tsunami que provocó minutos después han desbordado a una de las naciones más avanzadas y organizadas del mundo.

La localidad de Sendai, situada frente al epicentro del terremoto en el Océano Pacífico, a 130 kilómetros de la península de Ojika, está siendo abandonada por muchos de los supervivientes. La mayor parte de la población, de un millón de habitantes, no cuenta con electricidad y el seísmo suspendió el suministro de agua corriente.

Helicópteros sobrevuelan azoteas y tejados, rescatando uno a uno a supervivientes que se salvaron de las olas en el último instante. "Sabemos que todavía hay gente viva y estamos centrados en su rescate", asegura un bombero que trabaja en un edificio en ruinas de cuatro plantas, cerca de la zona portuaria.

Una explanada de escombros señala el lugar donde hace tres días bullía una de los principales destinos turísticos del país. Los más mayores aseguran que el paisaje les recuerda a su ciudad tras los bombardeos que sufrió durante la II Guerra Mundial, cuando fue completamente arrasada por los pilotos aliados.
La situación extrema no ha alterado la naturaleza ordenada de los japoneses. No se han producido saqueos, los supervivientes esperan pacientemente a que les llegue su turno de beber o recibir algo de comida y tampoco se producen escenas de pánico. Los habitantes de Sendai y las localidades de la costa este esperan resignados la llegada de ayuda. Los que pueden se marchan con dirección a Tokio o ciudades del oeste que no han sido dañadas. El resto se prepara para una nueva noche de frío y penuria en la Zona Cero del tsunami.

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